20/02/2025
 Actualizado a 20/02/2025
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Pues resulta que desde que ganó Trump las elecciones useñas se ha producido un auténtico cataclismo en las relaciones internacionales; ¿por qué escribo de este asunto cuando uno es especialista en contar cosas de andar por Vegas, o sea, de andar por casa? Pues porque, desde que el mundo es mundo, cuando el que manda coge catarro, los súbditos agarran pulmonía...: ni más, ni menos. Y, seamos serios, el que manda vive en Washington D. C., tiene el pelo color zanahoria y lo único que le preocupa es la pasta. El tipo no tiene principios ni finales (mayormente, todo se la suda), pero sí tiene clarísimo que todo tiene un precio; y también tiene meridiano, cristalino, que el dueño de la guita es él.

Quien no quiera ver esta realidad, este hecho claro como la luz bendita, es que es un tonto, un gilipollas o que se deja engañar por los medios, afines o no, porque aquí no hay distingos. ¿Que cómo notamos los síntomas de la pulmonía? Pues lo sabéis de sobra: vamos a exportar bien poca cosa a los yanquis, porque los aranceles y los impuestos van a gravar a muchos de nuestros productos: todo lo que tenga que ver con la ganadería o la agricultura, chungo; vender coches será, de conseguirlo, una proeza y así podríamos seguir y seguir contando cuitas y lloros.

A los tontos inútiles que nos gobiernan en Bruselas o en Madrid, la cosa les ha pillado con el paso cambiado y, realmente, no saben qué hacer. Con la tontería de prohibir el petróleo y el gas ruso, tenemos que pagar el mismo petróleo y el mismo gas tres veces más caro; ¿que quién nos lo suministra?: ¡pues el tío Sam, alma de cántaro! Además, para extraerlo y que salga más barato (y obtener mayores beneficios), ellos utilizan el ‘fracking’, que aquí tenemos prohibidísimo porque hace pupa al planeta y es una aberración ecológica. Pero no decimos ni pío: nos callamos como putas y miramos para otro lado, no vaya a ser que se enfaden.

Es todo muy parecido a lo que pasaba en el colegio cuando éramos unos enanos: siempre había un mandamás, un ‘boss’, un gilipollas que solía ser el más fuerte y el que menos luces tenía y que nos mandaba hacer esto o aquello para no mancharse él las manos...; así, él salía de todas las movidas limpio, impoluto, y los que nos la cargábamos éramos los idiotas que le hacíamos caso.

Pues lo mismo sucede en la esfera local, en la nacional y en la internacional. No espabilamos, aunque nos muelan a hostias..., y, si no, que se lo pregunten al mentecato que manda en Ucrania.

El mundo es una porquería, ya lo sé, en el doscientos seis y en dos mil también, un cambalache, una merienda de negros en la que sufren y pagan siempre los mismos. Europa, esa entelequia, se rasga las vestiduras porque Putin defiende a su país, pero se pone de perfil cuando los judíos masacran a todo un pueblo, el palestino, en nombre de la democracia y los derechos humanos. O anulan unas elecciones en Rumanía porque su candidato perdió contra otro que aportaba, al menos, un poco de sentido común.

No tenemos vergüenza, ni quién nos la ponga, cuando admitimos estas tropelías en nombre de conceptos tan escurridizos como los mentados «democracia y derechos humanos» y que sólo sirven para normalizar lo que no tiene nombre.

La dignidad y el honor eran, en su momento, rasgos que caracterizaban al espíritu occidental, sobre todo el español; todos hemos escuchado aquello de que «más vale honra sin barcos que barcos sin honra». Somos, desde siempre, unos quijotes, unos soñadores, unos ilusos, en definitiva.

Los anglosajones, esa desgracia, opinaban todo lo contrario; por eso dominaron el mundo de una manera ignominiosa, y continúan haciéndolo. El caso es que el ‘zanahoria’, el Trump, aunque de una manera mucho más bruta, hace lo mismo que hicieron todos sus antecesores: dominar el mundo, o, por lo menos, intentarlo. Nos tiene cogidos de las pelotas, a los europeos, digo...; somos sus vasallos, sus peones en una partida de ajedrez que se resume en ganar, ganar y ganar a cualquier coste..., incluso pagando con nuestra vida.

Salud y anarquía.

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