Claudia Cendón de la Mata

¿Qué aspecto tendría la depresión si fuese un personaje de ficción?

28/01/2024
 Actualizado a 28/01/2024
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Todo iba bien, hasta el día en el que aquella misteriosa mujer de edad incalculable, llegó a la ciudad, con su abrigo de piel, negro como el azabache, y sus uñas kilométricas, pintadas también de ese mismo color. Lo que antes era tranquilidad, se convirtió en un silencio incómodo; lo que antes era familiaridad, se transformó en desconfianza; lo que antes era rutina, pasó a ser una amarga monotonía de la que parecía imposible lograr escapar. Ahora es muy difícil creerlo, pero hubo un tiempo en el que, en esta pequeña ciudad, imperaba la calma. Casi nunca ocurría nada extraordinario, pero tampoco era necesario. Aquí, la felicidad se encontraba en el día a día, en la realización de las tareas y de las actividades cotidianas correspondientes, y en compartir el tiempo con los familiares y con los amigos. Siempre había sido así, hasta aquel día en el que cambió todo. 

La Navidad ya estaba muy cerca y tan solo quedaban unas horas para el gran encendido de luces, que tanta expectación recibía en la ciudad año tras año. Este era, sin duda alguna, el acontecimiento que mayor número de personas conseguía concentrar en la plaza principal de la ciudad. En este lugar se celebraban todo tipo de eventos a lo largo del año, pero ninguno de ellos lograba reunir, ni por asomo, a tantos vecinos como los que acudían allí para presenciar, en primera persona, el tan esperado encendido navideño. Cada vez más gente se iba aproximando a la plaza. En las calles circundantes, todos los bares estaban abarrotados, y la mayor parte de los comercios estaban colapsados por grandes aglomeraciones de personas que aprovechaban la ocasión para ir realizando algunas de sus compras navideñas. Pero poco tiempo después, todos los locales se encontraban ya vacíos y la muchedumbre se concentraba por completo en la plaza. 

Como era tradición, el alcalde, desde el balcón del Ayuntamiento, comenzó a proclamar su discurso anual. Mencionó todos los acontecimientos y eventos que habían tenido lugar en la ciudad en el último año, haciendo hincapié en los más importantes. Y como solía ser habitual, finalizó este discurso con la presentación de los nuevos vecinos que habían llegado a la ciudad a lo largo de aquel año. Anita, que había llegado en febrero para abrir una confitería en una transitada calle del centro; Nicolás, que había llegado en mayo para ocupar su nueva plaza de enfermero; la familia Martínez Soler, que había llegado en julio para comenzar una nueva vida lejos de su ciudad natal… Y a medida que el alcalde iba presentando a los nuevos vecinos, estos se iban asomando al balcón para pronunciar unas palabras, que siempre eran de agradecimiento por la buena acogida que habían recibido y por lo agradable que les estaba resultando su nueva vida allí. 

Tan solo quedaban cinco minutos para las siete de la tarde, hora prevista para el ansiado encendido de las luces navideñas, cuando el alcalde anunció que todavía faltaba una nueva vecina por presentar. Relató, entusiasmado, que esta había llegado solamente unos días atrás, y que ni siquiera él había tenido el placer de conocerla aún. Tras esta breve presentación, llegó el momento en el que ella debía asomarse al balcón para pronunciar unas palabras, como previamente habían hecho todos los demás. Un silencio expectante reinaba en aquella plaza, y todas las miradas, llenas de curiosidad y de suspense, se dirigían hacia aquel lugar. Tras casi un minuto de espera, todos pudieron contemplar a una persona envuelta en un voluminoso abrigo de piel de color negro, y cuyo rostro evocaba una sensación de profundo malestar, imposible de describir con palabras. Sus ojos parecían completamente deshumanizados, y un terrible escalofrío recorría el cuerpo de todo aquel que se cruzaba con su mirada. El previo silencio expectante, se transformó en un silencio cargado de angustia contenida, de desconsuelo y de desesperación. Y desde aquel día, la ciudad cambió por completo. Las luces de Navidad no se encendieron ese año, y desde entonces, ya nada volvió a ser igual. 

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