Hace algún tiempo me plantee si todas las ciudades tenían que ser turísticas. Esto venía a colación del proyecto de un alcalde de la provincia en la que vivo de convertir su municipio en un referente turístico. Los vecinos de esa ciudad en cuestión estaban encantados de ver cómo mientras el extrarradio urbano de su territorio se convertía en una especie de parque temático ideado únicamente para el disfrute de los turistas, ellos podían seguir disfrutando de sus calles sin que una fila india de visitantes hiciesen camino como si fuera una cola para sacar ticket para la próxima atracción.
Ahora que León está de moda (en realidad siempre lo ha estado) y que nuestro ecosistema urbanístico parece abocado a estar cimentado sobre el ocio turístico, y la economía cada vez más dependiente emocionalmente del infiel amante del turista, pienso en que va a pasar con nosotros, con los cosmopolitas de ciudad. César Antonio Molina escribió un libro sobre inteligencia artificial en el que planteaba la incógnita de ¿Qué hacemos con los humanos?, yo me pregunto, ¿qué hacemos con los vecinos? Si la atmósfera de las urbes es cada vez más alunizada por los astronautas de otros mundos terrestres cada día quedará menos rastro del estilo de vida tradicional. El capitalismo insaciable, el negocio desagradecido provocará que no sea suficiente con copar los centros históricos con pisos turísticos sino que los PAU y zonas residenciales que antes servían como refugio de los residentes serán también dominadas por el uso mercantilista del suelo. Nos iremos abocados a volver de donde vinieron nuestros antepasados, un gran éxodo emigrará de la ciudad al campo; los pueblos serán la fortaleza, la aldea gala que resistirá al imperialismo moderno hasta que a alguien se le ocurra montar casas rurales en los pisos rústicos. Ya nos enseñó Paco Martínez Soria que El turismo es un gran invento.