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Que la ponga su madre

30/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Lo he escuchado ante nuestra Catedral en alguna ocasión. Cuando alguno quiere acceder al templo y se encuentra inesperadamente con que para ello ha de tirar de cartera, ese alguno y, en ocasiones, sus acompañantes montan en cólera (hermosa y tremenda metáfora, que le transporta a uno visualmente ante la yeguada de los pecados capitales) y arremeten contra la Santa Madre Iglesia, maldiciendo a todos sus ministros y demás subalternos, y echando pestes (otra metáfora, esta de la época de los flagelantes medievales o de los librepensadores del siglo XIX), para acabar por decir: «Pues que sepan que la cruz en la declaración de la renta se la va a poner su madre». Aquí ejerzo la autocensura al evitar el adjetivo fácilmente adivinable que acompaña al último sustantivo, por otra parte tan entrañable. El sustantivo quiero decir, no la conjeturable adjetivación. Esto es lo que se llama, en jerga coloquial y también con vistosa figura literaria, disparar por elevación. De un frágil templo que necesita vigilancia permanente y restauraciones constantes y que, con la excusa (¡qué bien les vino a algunos esta especie, que acabó por ser ‘fake news’, o sea, «mentira y gorda» decían en mi pueblo, para esos algunos!) de la crisis económica, se pasó a enfocar la espingarda de los truenos contra la institución cívica que más ha hecho y está haciendo (y lleva dos mil años con la misma canción; pregunten a San Lorenzo diácono por el «tesoro de la Iglesia») por acabar con la pobreza, la desigualdad y la injusticia en la historia y en la geografía humana. En nuestro León, en esta nuestra España y también en Lampedusa y en Lesbos y en las favelas de Rio y en El Paso y en Bangassou.

Mira que por seis euros que te dan derecho a ver y a sostener un tesoro arquitectónico y visual, a una audioguía y a una revista bilingüe de casi cien páginas en papel couché e impresión en cuatricomía, acabas por echar a perder la posibilidad de facilitar que «tu compromiso mejore el mundo» a través de la asignación tributaria a la Iglesia. Y esto sin peligro de mancharse las manos ni correr el riesgo de sufrir una venganza mafiosa ni miedo a contagiarse de malaria. ¿Raquítico el razonamiento? Sí, pero,… vete a ver si no sirve ante tan esmirriados semovientes.

Del malhumor me sacó uno de los auxiliares de la Catedral. Me dijo con sorna cazurra: «No se preocupe, don Antonio; estos que amenazan con no poner la cruz en la casilla de la Iglesia, es que no la han puesto nunca». ¿Seguro? No te deja a gusto, pero algo consuela.
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