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¿Qué será de Europa?

10/06/2024
 Actualizado a 10/06/2024
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Escribo cuando apenas se ha iniciado el recuento de las elecciones europeas. No hay datos aún, sólo encuestas. Como ya advertimos aquí, se trata de unos comicios fundamentales para todos los países de la Unión. Dejar de lado las elecciones al Parlamento europeo, o no valorarlas en su justa medida, sería, de haberse producido, un grave error de todos nosotros.

Hoy, lo verdaderamente importante está en las políticas estratégicas, en la defensa de una Europa abierta, moderna y libre, en el trabajo solidario y en común, mucho más en tiempos de belicismos y autoritarismos populistas. Nuestra responsabilidad es, por tanto, muy grande. Lo advertimos las semanas pasadas. Y ya hay encuestas, a estas horas de la tarde en las que escribo, en las que se observa un crecimiento de las posturas extremas y antieuropeístas, incluso en países de gran relevancia en el continente como Francia y Alemania. Nada de esto puede para desapercibido. La siembra del miedo, la propaganda, la demagogia, el pensamiento maniqueo: estos son algunos de los elementos que pueden jugar ya en contra de Europa, desde su propio núcleo. Sin duda, nos enfrentamos a un momento difícil. 

Afortunadamente, y siempre según estos sondeos que acaban de publicarse (ustedes ya conocen los resultados definitivos), parece que España es uno de los países que mejor resisten ante este drástico ascenso de las posturas extremas y excluyentes, que pretenden regresar a una Europa de naciones (al menos, nadie en su sano juicio habla hoy de separarse de Europa, ni siquiera Meloni o Le Pen), en detrimento de la visión de conjunto, del trabajo en equipo y de la defensa de una sociedad moderna y abierta para todos. En fin, tiempo habrá en los próximos días para hablar de estas cosas. Conviene no adelantar acontecimientos y, en cualquier caso, parece necesario analizar el porqué de la desafección política, que no deja de crecer, y de las razones por las que la ciudadanía, o una parte de ella, se atreve a virar hacia posturas que poco o nada tienen que ver con el espíritu fundacional de la Unión Europea. ¿Puede entenderse que la memoria se diluya como un azucarillo en estas sociedades avanzadas? 

Es posible que lo que vemos en Europa (también parece que hay resultados alentadores en algunos países, como Finlandia, que de inmediato han visto las orejas al lobo) tenga que ver con la simplificación de la realidad, con la ausencia de pensamiento complejo. ¿Puede esperarse esto de un continente con ciudadanos bien preparados? ¿Puede esperarse esto de un continente dotado de un poderoso sistema educativo, en el que los jóvenes han gozado de la alegría de la internacionalidad, de programas extraordinarios como el programa Erasmus, en el que desde hace décadas se trabaja en la multiculturalidad y en la comprensión de los otros? ¿En qué momento, si me lo permiten, se jodió el Perú? ¿Se ha infiltrado un virus destructor de la cultura y el progreso a través de esas armas poderosas de la demagogia?

Estos días he hablado con el periodista David Jiménez. No sólo lo he hecho a raíz de la publicación de su último libro, una novela titulada ‘Días salvajes’ (Planeta). La conversación, como era de esperar, derivó de inmediato hacia la situación política nacional. Y también hacia el panorama que se dibujaba, que se está dibujando ahora mismo, en las elecciones europeas. Ya saben que David Jiménez ha ejercido durante muchos años como corresponsal en Asia, que ha contribuido como articulista a las páginas de ‘The New York Times’ y que, incluso, durante apenas un año, llegó a ser director del diario ‘El Mundo’. Fruto de esta breve (pero sin duda intensa) experiencia periodística fue su libro ‘El director’, que revolucionó de alguna forma la manera de entender la profesión, y que, como es bien sabido, levantó una gran polémica. Jiménez me dice, en medio de la conversación, que si tuviera que escribirlo hoy «no cambiaría ni una coma». Pero, en realidad, no era de esto de lo que quería hablarles.

Jiménez cuenta en ‘Días salvajes’ una historia de principios de siglo (no hace tanto, aunque lo parezca). Una historia terrible que bebe un poco de ciertos hechos reales, me dice. Tiene que ver con el clima de euforia y de fiesta continua que vivió este país antes del estallido de la crisis de 2008. El protagonista de ‘Días salvajes’ es Bosco Zabala, un joven que Jiménez presenta como una especie de príncipe de una dinastía bancaria, acostumbrado a la celebración, a la fiesta sin límites, a esa sensación «de impunidad e inconsciencia» que, de alguna forma, se instaló sobre todo entre los pudientes. Pero el país, en su conjunto, vivía por entonces un tiempo de créditos sin fin y de crecimiento desmesurado. En la novela, el protagonista provocará un accidente kamikaze, en medio de la noche, en el que muere su mejor amigo y una chica muy joven, el único apoyo de su padre, una chica humilde de Villaverde que tuvo la mala suerte de cruzarse con él en las circunvalaciones de Madrid. Jiménez me dice que esa distancia que dibuja en el libro, la distancia, digamos, entre La Moraleja y Villaverde, explica en cierto modo el tamaño de la desigualdad. Y cree que hoy las cosas no son tan diferentes. Le preocupa mucho el clima político. 

«A veces me pregunto si es que no tenemos memoria», me dice. Y pienso en eso, justo ahora, ante los resultados de las elecciones europeas en algunos lugares, aunque no en todos. ¿Hace el ser humano proyecciones sólo a corto plazo? ¿Le cuesta mantener una postura sólida y fundamentada en la razón y el conocimiento científico? «Me preocupa lo que veo», explica David Jiménez. «Por ejemplo, ha vuelto la burbuja inmobiliaria. Temo que los efectos de todo aquello sigan ahí, y que las consecuencias puedan ser muy duras de nuevo… Por otro lado, está esa tendencia que tenemos a colocar a los demás en las trincheras. Cada vez hay más elementos que complican las cosas, tanto en nuestro país como a nivel, digamos, planetario. Se añaden más y más elementos de preocupación. Toda la desigualdad, que viene de entonces, sigue ahí… La cohesión social está envenenada. Ya sé que la polarización, el resentimiento… son cosas que no sólo pasan aquí. Lo sé. Pero no dejan de aumentar. La famosa tregua de la Transición ha saltado por los aires… ¿por qué? Ya no importa el diálogo: cada vez es más escaso. Quizás somos los medios los que no deberíamos prestar atención a esta forma de hacer política, no entrar [en el juego]. Creo que somos un país ideológicamente enfermo, que ha vuelto a arrojarse a las trincheras. Y [ya que hablamos de Europa] hay países que, con esto, deberían tener mucho cuidado».

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