La imagen es tan brutal como si un señor vestido de traje, que viaja en coche oficial y que tiene infinidad de asesores entre cargos de confianza y funcionarios, le dice a un pedáneo que no cobra un duro por serlo que se quite el mono, baje de su C-15 y se ponga a hacer papeles o pierde la subvención, papeles que el primero en realidad tampoco entiende y que, por cierto, en algunos de los casos sólo se pueden presentar por internet pese a que en el pueblo del pedáneo, da igual en cuál estés pensando, no suele haber cobertura suficiente. Para dar mayor dramatismo a la secuencia, tras el «Se levanta la sesión» se puede poner como banda sonora el ruido de una caja registradora al facturar.
Fue en el último pleno del año de la Diputación Provincial de León. Se aprobaron todos los puntos del orden del día por unanimidad, algo habitual durante todo este mandato en el que la oposición del PP vota a favor de todo lo que propone el equipo de Gobierno, formado por el PSOE y UPL, y luego empieza con los matices. Pasó con la aprobación del presupuesto, que los populares apoyaron primero y luego pidieron el turno de palabra para decir esa frase tan de cuñado que es «lo que teníais que haber hecho antes es...», porque sus matices ni siquiera tenían forma de enmienda, y volvió a pasar en ese último pleno del año con el plan de juntas vecinales, que el PP apoyó primero pero luego dijo que es una pena que sólo se han aprobado un tercio de los proyectos presentados.
El buen clima que se respira en el Palacio de los Guzmanes tiene su explicación: el debate que más les ha preocupado hasta la fecha a PSOE y PP ha sido el del reparto de dedicaciones exclusivas. En el resto, han aplicado la vieja teoría de «entre bomberos no nos vamos a andar pisando la manguera». En medio queda UPL, que sigue sin saber gestionar la cantidad de balones que le dejan botando (la portada de este mismo periódico es un buen ejemplo) y, como un hijo de padres mal separados, empieza a dar síntomas de haber heredado los peores vicios de cada uno. Viendo lo que pasa en otras instituciones a nuestro alrededor, algo que muchos leoneses consideran prácticamente un deporte de riesgo, ese buen clima político sería para celebrarlo, si no fuera porque las arcas de la Diputación están llenas y la provincia cada vez más vacía. Desde sus confortables sillones, los diputados se felicitan unos a otros por no realizar inversiones y por presentar presupuestos que siempre son récord porque, en realidad, nunca ejecutan ni la mitad del anterior.
Lo más interesante del último pleno no fue la obscena forma de darse la razón, sino que alguien advirtió de la ausencia de contratistas para hacer obras por toda la montaña leonesa. No tanto como las dedicaciones exclusivas pero el tema les preocupa, porque a través de esas pequeñas obras que se llevan a cabo en pequeños pueblos, que por lo general tardan el triple de tiempo en su tramitación que en su ejecución, es como se ganan y se pierden los apoyos para poder seguir sentados en tan confortables sillones tras las próximas elecciones. Como prácticamente ninguno de los diputados ha pasado por ello, porque han conseguido llegar a sus puestos por otros caminos que nada tienen que ver con los rigores del mercado laboral, no se habían enterado de que en el mundo exterior ha cambiado el hasta ahora sentido natural de las entrevistas de trabajo, de modo que ya no es el empresario el que impone las condiciones y el aspirante quien las asume, sino exactamente al contrario, así que se pueden imaginar lo que es hacer una obra en un pueblo remoto de la montaña: no eres tú el que elige al albañil, sino el albañil el que te elige a ti.
En la Diputación, donde ya sabíamos que todo sale con mucho retraso y ahora que también llega, se sorprenden de repente de que ninguna empresa concurse a sus licitaciones, y lo comentan en un pleno pero no presentando una moción ni una enmienda ni convocando una comisión, sino como si la culpa fuera de los demás, probablemente nuestra, como si estuvieran tomando el vino... algo para lo que en realidad parece que les estaba quitando tiempo el dichoso pleno.
Ver la vida como si estuviera dentro de un escaparate, como si se pudiera comprar, resultará placentero pero también resulta indudablemente peligroso. El desierto demográfico, el precipicio social en que han convertido nuestros pueblos entre unos y otros a base de inventarse una provincia cada día les hace muy sensibles a determinados lenguajes, incluidos los que se quieren imaginar y los que quieren resucitar, pero no se habían enterado de que, en los pueblos, ya no se trata de usted al cura sino al señor albañil, si no le importa, por favor, sería tan amable de cambiarme el tejado y apuñalarme como es debido, si quiere mismamente con la paleta o el cortafríos, cuando quiera, sin prisas, no hace falta que me dé presupuesto, no vaya usted a perder tiempo, que ya sé que se han encarecido todos los materiales, la cuota de autónomos, no sé quién me había hecho antes eso que ahora tanto le estorba y que me va disparar más la factura (¿he dicho factura? Perdón, perdón), si tiene a bien vaýase a media obra y me deja todo empantanado, de verdad, que no me importa, lo que considere, y dígale lo mismo a su compañero fontanero, que aquí estamos, cuando él quiera, claro, como si nos duchamos hasta entonces con agua fría, que es muy sano. Ya sabemos, además, que la mayoría de los que trabajáis en las obras de hoy también venís de Oriente, así que será por eso que en la Diputación siguen creyendo en los albañiles magos.