Secundino Llorente

¿Quién es para ti el ‘buen profesor’?

30/05/2024
 Actualizado a 30/05/2024
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Cuántas veces hemos tenido que escuchar este titular: ‘El buen profesor’. En el mundo de la Educación son muchos los componentes importantes, pero el primordial es el profesor. El mejor sistema educativo, en manos de profesores mediocres, baja el listón, y a la inversa, el peor sistema educativo gestionado por profesionales excelentes puede llegar a ser un éxito. Estamos convencidos de que un buen profesor es la base de una educación exitosa y para que esto sea así necesita tener una serie de cualidades personales y profesionales, porque enseñar no es sólo transmitir conocimientos. Enseñar es mucho más. Para ser buen profesor no es suficiente un amplio conocimiento de la materia. Necesita también ser empático, entusiasta, cariñoso, a la vez que respetuoso, responsable, flexible y comunicativo. Me gustaría destacar otra cualidad, la ‘humildad’. Un buen profesor, por más que se esfuerce, puede meter la pata. Después de cientos de horas lectivas, en muchas de las decisiones que tomamos, como cualquier persona, podemos cometer errores. Lo importante es reconocer esa equivocación. Ser capaz de admitirlos y pedir disculpas es una cualidad que siempre jugará a favor del profesor, aumentando la confianza de los niños, ya que lo verán como lo que es, un ser humano y ‘humilde’. Eso lo huelen los alumnos y tratarán de recompensarlo. El día de mi despedida los alumnos «se pasaron y lloré en su discurso». Recuerdo las palabras del orientador, Juan Antonio: «Sólo recibes lo que has sembrado». 

A lo largo de mi carrera profesional he convivido y admirado a excelentes profesores. Son muchos y no me atrevo a destacar a unos sobre los otros. Cada cual destaca por unos valores propios. No sabría decir quién es el mejor. Vienen a mis recuerdos, Berta, que atendía a sus alumnos en el aula de pedagogía terapéutica. Esta era la maestra especialista en Educación Especial que se dedicaba al alumnado con Necesidades Específicas de Apoyo Educativo y pretendía alcanzar el máximo desarrollo emocional, social, intelectual y personal de su alumnado. Yo alucinaba del rendimiento que podía sacar de aquellos muchachos. Recuerdo a Isabel, otra maestra de matemáticas. Durante varios años se encargó de los 120 alumnos de matemáticas de 1º de ESO, cuatro grupos de 30 alumnos. Parece que hacía magia con ellos. Ni un solo problema de comportamiento en el aula. Pasaba por el pasillo y me quedaba mirando por la ventanilla de la puerta lo felices que estaban los alumnos con ella, mientras les enseñaba a amar las matemáticas en corrillos en el aula entusiasmados por cada operación que aprendían. El año que se jubiló Isabel vinieron dos profesores licenciados interinos, que sabían muchas matemáticas, y se repartieron los cuatro cursos, dos cada uno. Todo eran quejas y expulsiones de clase por mal comportamiento de los alumnos en el aula. Recuerdo que me reuní con los dos profesores y les dije que tendría que llamar a Isabel para que les diera un tutorial de unas horas para que aprendieran, no matemáticas que ellos ya sabían bien, sino a impartirlas. Es cierto que las matemáticas suelen ser las más conflictivas. Pero en el bachillerato internacional se encargaba de darlas Luis. Dos alumnos suyos: Vallinas y De la Muela, quedaron los primeros de España en la Olimpiada Matemática. Es muy difícil quedar los primeros en la Olimpiada provincial, más difícil aún es quedar primeros en la Olimpiada autonómica, pero llegar a Madrid los dos a defender el título de mejor alumno de matemáticas de toda España ya es un milagro. Pues lo consiguieron, ese año estos dos alumnos de nuestro centro quedaron los dos primeros de España en la Olimpiada Matemática. Un éxito irrepetible. Ahora quiero contar lo que sucedió a la vuelta de Madrid en el despacho de dirección, cuando la prensa vino a entrevistar a estos dos ‘figuras’. Les preguntaron que a quién debían el amor a las matemáticas y que cuándo se habían ilusionado con esta asignatura. Su respuesta fue que todo se lo debían a Isabel, aquella maestra que les había enseñado en primero de la ESO a amar las matemáticas. Y cuando les preguntaron al final por el profesor de matemáticas de ese curso que les había llevado a la medalla de oro, su definición del profesor fue muy sencilla: «Luis es una pasada». El mejo piropo a un profesor. Tengo muchos más recuerdos y voy a tener que dejar a muchos sin nombrar, pero un día vino el viceconsejero, Fernando Sánchez-Pascuala, a visitar el centro para darnos el visto bueno del bachillerato internacional. Quería entrar en algunas clases, al azar, y cayó en un aula de cuarto de la ESO con una profesora de Geografía, Pilar, que estaba hablando a los alumnos, con un mapa de África en la pantalla, explicando los movimientos revolucionarios en el centro de África en aquel momento. Nos quedamos allí toda la hora y, al salir, el viceconsejero me dijo que quién era esa profesora porque esa clase la podía dar también en un programa especial de Televisión Española. Interesante, amena y excelente. Un último recuerdo. El famoso escritor leonés Julio Llamazares apareció un día en nuestro instituto. Le acompañé a la clase de literatura de bachillerato Internacional con Isabel. Nunca podré olvidar aquella hora. Los alumnos acababan de leer la novela de Julio ‘La lluvia amarilla’. ¡Qué locura! Aquellos veinte alumnos querían preguntar detalles a Julio sobre su obra. El mismo Julio les respondió en algún caso que no tenía respuesta para sus preguntas porque ellos habían llegado más allá de lo que quería decir el autor en aquella obra. Al terminar, Julio estaba emocionado y reconoció que nunca se había encontrado en un ambiente tan especial como aquella clase. Felicitó a Isabel por su trabajo. Un momento realmente emotivo. Esta es mi conclusión: «Un buen profesor será aquel que sus alumnos recordarán con afecto y agradecimiento años después de dejar las aulas».

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