España no aprende y se repite, una y otra vez, porque los viejos fantasmas del desván están ahí, no se han espantado definitivamente y huele siempre a caspa, naftalina y rencor, de manera que siempre lo aprovechan los espabilados de turno para levantar las banderas de la discordia, el miedo y el retroceso. Por cierto que son agitadas por ambos sectores del voto, con distintos métodos y fines desiguales.
Este verano se ha visto sorprendido por la convocatoria de una elecciones que se han caracterizado por el sudor, la lipotimia, los sofocos, el ventilador, los desarreglos del voto por correo y la chanclas que votaban a última hora. Todo un espectáculo ibérico. Es el ruedo ibérico que tenemos, donde los malandrines y amantes de la mentira y la buena vida hacen su agosto siempre.
Los resultados de estas elecciones avalan lo que decimos. Muchos han tenido una tarde noche amarga porque vencer para no gobernar es un teorema que suele ocurrir en tierra hispana con demasiada frecuencia. Contemplar cómo una masa de seres humanos airea, vocifera un triunfo sobre una derrota también es habitual, porque generalmente saben que se alzan con la manija del gobierno, aunque sea a costa de traicionar principios básicos. Comprobar que un partido político histórico saca a pasear trapos sucios, una y otra vez, para un electorado que se asusta ante hechos sucedidos en otras épocas, porque mueve su complejo histórico de perdedor y sufridor al mismo tiempo, rendidos ante la subvención, la falta de trabajo, el deterioro de los precios y la precariedad de una vida, siempre dependiente de la ayudita y la cuota de credulidad es siempre una nota preocupante para una sociedad que desea estar entre las elegidas del conglomerado europeo.
Mas, no es menos cierto que por la otra parte, se engorda la burbuja de la autosuficiencia, el engolamiento, la somnolencia en la opulencia, las guerra entre afines, la división política y sobre todo el mimetismo que se adopta en la ideología ante actuaciones extrañas del contrario que no se deshacen cuando se llega al poder, por aquello de que le tachen de ultra radical; ya se sabe la cantinela de ¡qué viene la ultraderecha!, o aquello de la «derecha extrema», mientras el que lo dice se abanica en bermudas junto a los socios más ultras y beneficiados que además desean terminar incluso con el que le proporciona el oxígeno político.
Eso es lo que tenemos, y quizás nos merecemos, porque de una u otra forma, este pueblo ibérico se auto inmola ante el asombro europeo, una y otra vez, para que los demás disfruten de su territorio como un inmenso hotel de veraneo, mientras el resto del año aumenta el paro, la deuda económica crece y el futuro industrial fallece, la innovación se diluye, la investigación no existe y la categoría de nuestras universidades disminuye a todas luces, ingresando en una colonización donde el índice que refulge es el los turistas que llegan a nuestro país, las guerras por el agua proliferan, las infraestructuras no repuntan, los fondos de ayuda no se ven, los agricultores claman en el desierto y las instituciones son cada vez más débiles ante el avance de las satrapías.
Todo un compendio del manual que algunos tienen en su cabecera de reposo político que les arrulla en el sueño de las personas que culturalmente son flojitas y que no se dan cuenta que lo que necesitan es aquello de «te recuerdo que eres mortal», al que añadimos nosotros «porque la torta que te puede dar será más pronto que tarde y estratosférica» y que depende de que al ciudadano, que se agita entre el miedo y la ayudita, se le vaya todo al traste por falta de fondos porque ya no haya materia prima que extraer del pozo milagroso.
Realmente es para que mediten detenidamente ambas formaciones, si no sería conveniente un período de sosiego y un reciclaje de la política española, aunque tuvieran que recluirse en un castillo medieval pero sin fantasmas y sí con mucho estudio, dedicación cultural y buenos libros de Historia con el fin de que renaciera un país libre verdaderamente de sombras y telarañas ancestrales.