Es difícil y a veces más doloroso de lo que a uno le gustaría, pero cuando una persona da la espalda a la coherencia, su vida se va impregnando de falsedad. Es jodidamente paradójico, pero a más falsedad y mentira, más fácil es en muchas ocasiones deambular por la sociedad actual carente de valores. Debería ser al contrario, pero mantener la coherencia, o al menos intentarlo, conlleva un peaje que a no pocos les parece demasiada carga. Seré un loco o un descerebrado, dirán algunos, pero prefiero sufrir las consecuencias dolorosas de ser coherente a los fantasmas que me atormentarían por las noches si me traicionara a mí mismo. Por esta razón, me veo en la obligación de juntar unas cuantas palabras para opinar sobre algo que nunca pensé que tendría que hacer. Hablar sobre la traición de un ídolo duele y mucho. El problema quizás esté en que nos empeñamos en divinizar a ciertas personas, olvidándonos de que la imperfección es inherente al ser humano. Todos cometemos errores y por ello no siempre consiguen echar por tierra todos los aspectos positivos que llevamos guardados en el zurrón de la vida, pero esto no debe servir de excusa para pasar por alto conductas impropias.
El día que leí en la prensa que Rafa Nadal se convertía en embajador del tenis de Arabia Saudí me invadió una inmensa decepción. La tristeza que sentí convirtió en meras anécdotas los malos momentos por los que he pasado al verle perder en una pista de tenis. Para mí Rafa Nadal seguirá siendo el mejor deportista español de todos los tiempos, pero no por ello se debe pasar por alto una decisión que no es coherente con su manera de ver el deporte y la vida.
Al igual que critiqué la celebración del Mundial de Fútbol en Qatar, el compartir candidatura mundialista con Marruecos y que Arabia Saudí sea la sede de la Supercopa de España, por mucho que me pese, también tengo que criticar sin paliativos la decisión de Rafa Nadal de ceder su imagen a un país que sólo es ejemplo de poder comprar con dinero todo aquello que se proponga. Desde hace unos años países como Araba Saudí o Qatar han apostado por sacar la chequera para a través del deporte intentar blanquear su impresentable falta de respeto a los derechos humanos.
Que los bandoleros de la Fifa, Luis Rubiales y sus secuaces y deportistas de diversa fama y pelaje se hayan dejado comprar por el dinero procedente del pestilente oro negro me repatea, pero que Rafa Nadal haya inscrito su nombre en esta lista de la vergüenza me cabrea y me entristece. Aunque claro, a lo mejor el problema lo tengo yo por empeñarme en ser coherente y en exigir coherencia a los demás