Es rara, la Navidad. Cocinar, comprar, felicitar, sonreír, repetir las mismas frases. Sobre todo, las frases publicitarias. ¡Comparte tu espíritu navideño! (Coca Cola) ¡La Navidad encantada está aquí! (Disney) ¡Deja que la magia de la Navidad llegue a tu hogar! (Ikea) Os voy a contar una historia sobre esa magia para que comprobéis lo rara que es la Navidad. Como regalo de Reyes, me compro un sofá de Ikea, no barato, pero bonito. Compro, además y por separado, el montaje (como escritora que soy yo no sirvo para montar nada). Pago también por separado que retiren el viejo (tres facturas distintas). Me dicen que cabe la posibilidad de que el sofá desmontado llegue en dos envíos distintos. Ah, vale. Tres facturas, tres compañías, dos envíos. Ya son tres equipos viniendo a casa y un envío extra. Viva el ahorro de costes y de combustible de una empresa nórdica que se presume de ecológica, me digo.
El viernes, en pleno frenesí de comidas y cenas navideñas, llega el primer envío, pero no el segundo, el de las fundas. Llega el montador, lo monta, pero sin fundas: me deja un esqueleto de sofá. Minimalismo Ikea. Al minuto de irse, me entra un mail: las fundas llegarán en un mes. Llamo a Ikea porque no han venido a llevarse el sofá viejo. Hablo con tres personas distintas. Una hora al teléfono. Me ponen otra fecha, ¡el lunes! Vivo en un piso pequeño, en Madrid nadie tiene salones para dos sofás (me pongo sociológica). Es inadmisible (me pongo periodística). Pásame con la supervisora (me pongo loca). Lo sentimos, no podemos hacer nada, Feliz Navidad, me cuelgan. Resultado: me quedo con el esqueleto de un sofá donde no me puedo sentar, más un sofá viejo bocabajo en medio del salón, donde tampoco me puedo sentar.
Pero existe otra Navidad. Esa tarde vamos a la fiesta de los scouts. Pequeño Zar ha entrado en los scouts. Los grupos de pioneros, lobatos y rangers cantan desafinadamente villancicos inventados. El local es de la parroquia, hace un frío que pela, las sillas están esguarniadas y los rapaces, sentados en el suelo. Los monitores, voluntarios con su carrera hecha y doctorados varios, lo dan todo organizando una función como si estuviéramos en un teatro de verdad. Los padres y madres son internacionales, a mi lado un búlgaro, al otro, una italiana y una griega, cantamos y coreamos totalmente desentonados. Hay risas, abrazos. Pequeño Zar y yo volvemos a casa y nos sentamos en la alfombra del salón a montar el Nacimiento, con un sofá viejo en medio y un esqueleto de sofá detrás. Apenas podemos movernos, pero nos queda un portal divino. ¡Viva la Navidad! La auténtica Navidad. La que os deseo a todos de corazón. Y, por favor, no dejéis que otra cosa que no sea el amor entre en vuestra casa esta Navidad (y menos, un sofá de Ikea).