Me ocurrió al salir del garaje. Como la calle es estrecha, para no impactar con un vehículo aparcado en la orilla opuesta, paré el mío en mitad de la misma e intenté dar marcha atrás. Presioné una y otra vez la palanca de cambios hacia abajo moviéndola para atrás, como parecía razonable, pero el coche no se movió. Atolondrado y muy nervioso por interrumpir el tráfico, me vi obligado a pedir ayuda al conductor del automóvil que estaba detrás esperando que moviese el mío para poder pasar. Aceptó muy amable. Entró en él y hundió la palanca de cambios dirigiéndola hacia adelante, no hacia atrás como yo lo hacía. El coche, obediente, dio marcha atrás dejando libre la calle.
Tengo ochenta años y hacía bastante tiempo que no sacaba el coche del garaje, explicación de que, por avanzada edad, entre otras carencias una parte del automatismo instintivo de mi cerebro se había desconectado parcialmente, dando así prioridad a lo que parecía más razonable. Mi fallo demuestra que no siempre lo racional es lo certero. Decimos que una idea o decisión es lógica o racional, no porque se considere verdadera, sino por el obrar inconsciente anclado en el cerebro a fuerza de la costumbre.
Siempre se ha dicho que el hombre es un animal racional, aunque nadie se haya atrevido a decir su alcance y dimensión. Los avances de la psiquiatría moderna han influido para que el sentir popular haya empezado a reconocer que la razón no lo es todo en la vida del hombre. Al mismo tiempo que se sostiene cada vez con más fuerza, que el instinto –el denostado y temido instinto– juega un papel primordial en el comportamiento humano, no siendo tan ciego ni tan irracional como vulgarmente se piensa. Por el contrario, la razón, si bien no ha perdido su especial predicamento, se contempla cada vez más con cierto recelo.
De Hegel es la famosa ecuación: «Todo lo real es racional; todo lo racional es real». Consideramos la doctrina de Hegel como uno de los más grandes esfuerzos hechos por un pensador para lograr la estructuración formal del pensamiento. En el día de hoy, todavía su filosofía puede pasar como acabado modelo de método y disciplina mental, pero eso no basta.
Bajo la influencia hegeliana, consciente o inconsciente, mucha gente tiende a considerar lo racional como principio y fin de todas las cosas. Y lo instintivo como algo diferente, negativo y que hay que eliminar. Parece como que esa gente se avergonzase de lo instintivo, de lo inconsciente, de lo metafísico, cuando es el principio de todo, incluso de lo racional. No obstante, el inconsciente nos guía, querámoslo o no. Lo racional sólo nos sirve para merecer un poco más de estimación ciudadana y conseguir tal vez un cheque con más ceros a fin de mes. En realidad, las fuerzas que mueven al hombre no tienen mucho que ver con lo racional. El miedo, el odio, el amor, el hambre, el sexo, la religión..., dependen de nuestro oscuro inconsciente. Todo el misterio de la vida y de la muerte está ahí. Cuando un hombre se encuentra ante un problema de morir o sobrevivir (pongo por caso estar desorientado y angustiado, con la pendiente helada y oscurecida por la niebla desde lo más alto de la Peña La Cruz, del macizo Mampodre, a 2196 m. de altura, sin bastones ni calzado apropiado, está tan perdido como le ocurrió al ‘Che’ Guevara en la selva boliviana), lo racional apenas cuenta. Es sólo el mundo inconsciente, instintivo e intuitivo la bestia primitiva indecisa y poderosa, lo que a uno le salva en el caso que haya salvación. En definitiva, la razón no sirve sino para ser ese hombre útil, práctico y mezquino que hace de la adaptación civilizada un fin. Es mi opinión.