Desde la noche de los tiempos, el ser humano, se afana en la continua búsqueda de la razón de existir y escudriñando desde el zigurat con Zoroastro, percibimos que la realidad es dual.
La noche y el día; padre y madre; dos ojos, dos extremidades, dos orejas, dos senos y dos testículos. El cuerpo humano es el espejo que nos devuelve nuestra condición binaria.
Si hablamos del clima ¿cómo podemos decir que este calor tórrido es mejor que cuando aquí pintea? Cada verano, gente muere de un golpe de calor. Sin embargo, el primer europeo, Ötzi, murió congelado en su deambular por los Alpes.
Un tipo nada peculiar de migración son los turistas nórdicos, que vienen en busca del calor y su recarga de vitamina-D. Pero también estamos aquellos a quienes nos gusta pasear por los bosques profundos; la espesura que cierra el paso y los extraños ruidos que emiten los animalillos por la noche, a la luz de las luciérnagas. Sólo las lluvias frecuentes pueden crear ese hábitat. Cuando de mañana te caen las frías gotas del rocío sobre la espalda y te estremeces, empiezas a dudar sobre lo del cambio climático.
El maniqueísmo sigue siendo una realidad que perdura desde el Imperio Persa, entre cuyas deidades, destacan los dioses del Bien (Ormuz) y el del Mal (Ahriman). Con el paso del tiempo han cambiado de nombre, pero ahí están, en nuestro fuero interno. Dos caminos divergentes que se dan en casi todas las religiones, partidos, logias o agrupaciones, y que se arrogan el monopolio de establecer donde se sitúan el bien, o el mal.
Desde Platón, hasta Descartes y el judeo-español Espinoza, se ha escrito mucho sobre el dualismo que condiciona nuestros criterios, a la hora de hablar y decidir; una forma cómoda, rotunda, que nos evita pensar o titubear.
En el marxismo, Engels y Marx; sobrando, Trotski, Lenin y Stalin; Indalecio o Largo:…
Como el aire fresco del Bois de Boulogne, aparece Jean Paul Sartre, y el ‘existencialismo’, que tuvo gran repercusión a partir desde la II Guerra Mundial y entre los jóvenes del 68.
Lo comparten notables intelectuales y gente común: Albert Camus, Unamuno, Ionesco, Ciorán, Simone de Beauvoir y posiblemente, tú. Lo que este movimiento postula, es «Le être et le néant». «El ser o la nada». Y entre ambos extremos, la libertad individual. El propio Sartre lo explica: «El hombre comienza por existir y después, se define».
Aunque cada vez resulte más más difícil, sigue tu camino.