Estos últimos días tenemos un cóctel de noticias que parecen extraídas de alguna novela o alguna película de ciencia-ficción. Capaces de generar un ambiente de convulsión o surrealismo. A veces, incluso, provocan una liberación de adrenalina similar a lo que se siente al leer o visualizar alguna de sus escenas más cruciales.
En el municipio de Barajas, en Madrid, unos narcotraficantes tuvieron la genial idea de ocultar su laboratorio de metanfetaminas en el interior de un restaurante asador. Lo ubicaron en una cámara secreta que se hallaba justo detrás de la cocina. El butrón que permitía el acceso al mismo estaba camuflado con sillas apiladas.
Y los olores procedentes de cocinar y manipular la droga se veían disimulados con los aromas de las parrillas de carne del restaurante. Aunque, por lo visto, no lo suficiente; las emanaciones de los químicos olían más fuerte que las de los chuletones. Esto fue, además de la observación de movimientos sospechosos, lo que alertó a los agentes que terminaron descubriendo el laboratorio. Hay que reconocer que los delincuentes cada vez agudizan más su ingenio a la hora de traficar con drogas o cometer robos. Muchos de los argumentos y las tramas más brillantes no llegan a su altura.
Otro tema de actualidad muy crudo y también, por desgracia, muy real es el de los conflictos bélicos.
Hace unos años solo hablaban de una tercera guerra mundial las profecías más catastrofistas, que casi nadie creía. Ahora ya no parece tan descabellado.
La guerra de Ucrania sigue su curso sin esperanzas de un final cercano.
Por otro lado, Israel bombardea un campo de desplazados en Rafah. Continúa sus ataques a pesar de las múltiples advertencias que ha recibido a nivel internacional.
Y las palabras del ministro de Israel «dañaremos a quien nos dañe. Los días de la inquisición han terminado», suenan a preocupante amenaza.
Se dice que la realidad, a veces, supera a la ficción. Y también que el sentido común es el menos común de los sentidos.