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Reciprocidad económica y cultural

21/06/2024
 Actualizado a 21/06/2024
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En alguna ocasión les he hablado del fenómeno ‘woke’, concretamente el 5 de enero de 2024 en esta misma columna. Como les dije en aquella ocasión, el ‘wokismo’ es un movimiento que presupone que todo lo relacionado con nuestra cultura occidental es malo y destructivo, mientras que todo lo que tenga que ver con otras culturas, aunque vaya contra las libertades individuales y los derechos humanos, hay que ‘abrazarlo’ y practicar esa chorrada de la discriminación positiva.

A lo largo de los siglos, es común ver cómo grandes imperios económicos y culturales han ido desapareciendo tras alcanzar las más altas cotas de bienestar y progreso de sus civilizaciones. Es común que, al llegar los imperios a ese clímax cultural, las sociedades se marquen un estilo de vida acomodaticio y ‘blandito’, dando por supuesto muchas cosas de su día a día, sin adaptar ese estilo de vida y el marco regulador a las nuevas circunstancias geopolíticas, mientras que la base de ese sistema, que ha costado tanto tiempo conseguir, se va deshaciendo de manera casi imperceptible pero inexorable.

La cultura occidental, más concretamente la europea, está llegando ya a ese clímax social y cultural del que les hablo, representado en lo que hemos llamado «estado del bienestar», por el cual, se establecen una serie de políticas y derechos sociales que buscan proveer de protección a cualquiera que pueda verse en situación de dificultad económica y social, así como ofrecer unos servicios públicos básicos a los ciudadanos. Esto, lógicamente, no es gratis. Los recursos económicos se consiguen mediante la detracción del dinero de los ciudadanos en forma de impuestos.

Pues bien, si ponemos en común todo esto que les digo de la cultura woke y la discriminación positiva de otros países o culturas, junto con el estilo de vida acomodaticio y el ‘estado del bienestar’, tenemos un cóctel con el que podríamos empezar a dar explicación a fenómenos que estamos viviendo, como las manifestaciones de los agricultores, el ascenso de los populismos en Europa, las movilizaciones ciudadanas…

El ‘estado del bienestar’ ha funcionado según unos parámetros, pero en cuanto individuos y grupos sociales se aprovechan de la parte bonita como son las prestaciones, sin pasar por la parte fea del esfuerzo y la generación de riqueza, el sistema se pervierte y, como un motor mal lubricado, empieza a chirriar hasta que se ‘gripa’. 

Esto afecta tanto al ámbito económico, como a nivel cultural. Exigimos a nuestros agricultores unas buenas prácticas agrícolas que no exigimos a los productos que importamos, del mismo modo que abrazamos otras culturas reclamando por sus derechos y aceptando sus costumbres cuando en esos países jamás podríamos procesionar, por ejemplo, con el Cristo del Desenclavo.

No es racismo, es simplemente justicia, igualdad y lo que en derecho internacional se llama reciprocidad. Exigir que todos los ciudadanos del país respeten unas normas, unos usos y unas costumbres, como al resto nos exigen cumplir con lo mismo.

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