Una suerte de febrícula empieza a anunciarlo detrás de La Candamia. Con la resignación de quien madruga un día más para volver al mismo trabajo de toda su vida, el sol también inicia su viaje diario, remolón, disfrutando de la jornada reducida que le brinda el calendario en esta época. Se van perfilando todas las siluetas, de blanco los edificios y los coches, de rojo las nubes que, antes de que se las lleve el Bernesga a hacer nieblas por la meseta, se van tiñendo unas a otras como un dominó de algodón, vistiéndolo todo de grecas cursis. Van apareciendo las consecuencias de la noche, los tajos que el frío, a oscuras, ha ido dando como un cuchillo cobarde durante la madrugada. La ciudad parece en posición fetal. No es el paisaje después de la batalla: es el paisaje después de la helada. Sale vaho de las chimeneas y de las bocas de los niños que van al colegio.
Se empiezan a intuir los tres Mampodres, las Pintas después, el mirador de la Camperona, pico Cueto espolvoreado como un nicanor, la mole de Valdorria, pero el primer rayo estallará en el Correcillas, la montaña sobre la que pivota esta provincia. Luego, poco a poco, va extendiéndose por toda la cordillera, iluminando el Bodón, el Fontún, las Tres Marías... hasta conquistar Ubiña y certificar oficialmente el amanecer. Al oeste, la silueta del Teleno compulsará el oscurecer.
No hay filtros en todas las redes sociales que puedan imitar siquiera remotamente la hermosura de esa luz que se repite al inicio y el fin de cada día en el invierno leonés, cuando el sol procrastina por el horizonte. No hay académicos, ni diseñadores, ni creadores de contenido que puedan definirla. Ni tonos pastel, ni gama melocotón, ni hostias. Por momentos ensangrentada, a través de la ventana parece una luz cálida, pero es otro fake: abrasa las cosechas, hace crujir la hierba, cura la matanza, ruboriza todas las mejillas y convierte los charcos en fascinantes pistas de hielo sobre los que soñar con llegar a ser patinador olímpico desde el barrio delEjido. Los viejos tratan de desentumecerse en los bancos más soleados y las sombras guardan durante casi todo el día la amenaza de que volverá a caer, como una descarga, otra noche. En esta época, hay un confinamiento voluntario cada oscurecer, el toque de queda de los termómetros.
Con la crueldad del mismísimo Instituto Nacional de Estadística, que desde su creación hasta la fecha nunca ha dado una buena noticia a esta provincia, el Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio hizo público esta semana un informe en el que se atreve a cuantificar, a nivel local, la cantidad de días de invierno que se han ido perdido a lo largo de los últimos años, días en los que la temperatura no ha llegado a bajar de los cero grados. León, una vez más, vuelve a aparecer en un listado como la provincia española que más ha perdido: también días de invierno. En concreto 17 heladas menos hemos tenido cada año desde 2014 hasta hoy, 17 días en los que no hemos alcanzado el negativo en grados centígrados, lo que históricamente ha sido nuestro principal argumento para tener un mínimo protagonismo en los telediarios.
Perder 17 días de invierno, del que en tiempos también fuimos capital, sería un motivo suficiente para declararle la guerra a alguien, como si nos hubieran robado otra joya de nuestro patrimonio, pero el principal problema al que nos enfrentamos en este caso es que no podemos echarle la culpa a Valladolid, donde ni siquiera hiela porque la niebla genera preciosas cencelladas.O sí, que todo es ponerse a buscar excusas y ahora hablar del clima te obliga a posicionarte políticamente, como si pones a Broncano o a Pablo Motos. La verdad es que el razonamiento está bastante claro cuando uno se fija en las otras provincias que, después de León, también han ido perdiendo más días de invierno, que, por lo que sea, son Palencia y Soria, así que quizá ha llegado el momento de intentar hacerse hueco entre fiscales filtradores, jueces poco justos y votaciones que constatan que en las Cortes de Castilla y León no saben lo que es más y lo que es menos (como para reconocer entonces las desigualdades entre las provincias) introduciendo en el debate público el término «centralismo climático» y que les estalle la cabeza a diputados, procuradores y tertulianos.
Este sol helado del invierno en León, el frío seco que añoran los emigrados con la nostalgia hecha carámbanos, te hace la mirada más precisa porque aumenta la nitidez de todas las formas, así que también debería optar a ser reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Aquí la helada es seña de identidad, algo que condiciona el carácter porque entra por la mirada y por los pulmones y se queda para siempre en la memoria. Al final, el Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio no ha venido más que a demostrar que los abuelos, una vez más, tenían razón: ya no hiela tanto como en sus recuerdos.