La vivienda tradicional leonesa conforma una parte importante del parque inmobiliario de León todavía. Hay público que mira estas casas sin aprecio alguno. Lo considera un estorbo o un síntoma de atraso. Esa visión predomina en personas que vivieron en las condiciones de mediados del siglo XX, que consideran míseras. Es tanto el contraste con su vida actual que no pueden evitar una perspectiva presentista, sin darse cuenta de que las vidas eran similares a las del resto del país.
Para las personas más jóvenes, en general, la construcción tradicional es algo exótico, completamente distinto a su vivencia. Comprender ese exotismo que hunde sus raíces en la vida de sus abuelos hace que cobren interés por es tradición. Los jóvenes toman distancia y reinventan esos rastros del pasado para darlos una nueva vida, como se ha hecho con los pendones o los ramos de Navidad, por ejemplo. En esa reutilización del pasado crece la satisfacción del reconocimiento como miembro de un grupo, una necesidad fundamental de la mente humana, como describiera Maslow.
La vivienda tradicional leonesa tal y como la experimentaron nuestros abuelos es un objeto de museo, algo invivible con los criterios actuales. Sin embargo, nos permite entender la sociedad leonesa y su caracteriología: el deseo de autosuficiencia familiar, la falta de especialización de nuestra estructura económica, el valor de las terrazas, que nos remiten a los corredores tradicionales, o la sempiterna despensa leonesa llena de alimentos, algo que en otras latitudes ni se les pasaría por la cabeza.
Nuestras viviendas tradicionales tienen un por qué, explican lo que fuimos y hasta lo que somos. Caracterizar nuevas casas con elementos presentes en la casa tradicional, como madreñas para posar llaves, poyos en la puerta, cargaderos de madera en ventanas y puertas (aunque falsos en la mayoría de los casos), el muro cara vista de piedra sin escuadrar, o de adobe hacia el interior o el exterior, el escaño corrido en la cocina, las lajas o empedrados en el corral (hoy jardín o patio), los bebederos, que son ya macetas de flores, las solanas acristaladas o los amplios alféizares al pie del ventanal de madera (o PVC o aluminio foliado en madera) son pinceladas para crear un ambiente reconocible, que nos identifica y acoge.
Los pueblos se quedan vacíos. Los pueblos feos, definitivamente. Los pueblos bonitos, con señas de identidad, se tornan lugares de segunda residencia e incluso de primera. En la vivienda tradicional tiene León una oportunidad. Por eso merece la pena entenderla, renovarla o reedificarla sin perder detalles del pasado que refuerzan la personalidad.