Esto de hoy viene a cuento de la pésima actuación del árbitro inglés, (nunca y en cualquier circunstancia te fíes de los ingleses, y me lo dijo un galés, o sea que no es de cosecha propia), que pitó la final del Campeonato del Mundo de Rugby del sábado por la noche entre Sudáfrica, a la postre ganador del partido, y Nueva Zelanda. El pollo y su ayudante del ‘Var’ lograron que la final terminase a los treinta minutos de juego, porque, en ese tiempo, había mostrando tarjeta amarilla, (diez minutos en la nevera), a un tercera línea y enseñando la roja, (expulsión definitiva, y por lo tanto hacer que los de Nueva Zelanda jugasen con uno menos el resto del partido), al capitán de los ‘kiwis’. Lo enjundioso del asunto es que los sudafricanos hicieron entradas iguales o mucho más duras durante todo el encuentro que se saldaron con dos sanciones de diez minutos, ya en la segunda parte, cuando deberían, por lo menos una, haber sido motivo de expulsión. En un juego tan físico y extremo como el rugby, jugar con uno menos una hora es sentenciar el encuentro. A veces me arrepiento de que el rugby sea un «deporte de canallas practicado por caballeros». En el fútbol un atraco como el descrito, hubiera acabado con unas hostias, merecidísimas, al árbitro...; ¡joder!, estamos hablado de la final de un campeonato del mundo...
Ser árbitro en cualquier deporte es muy jodido. En muchas ocasiones les pueden las filias y las fobias y no son neutrales. A modo de ejemplo, a uno de los mejores luchadores que vi a lo largo de mi vida, Antonio García, alias ‘Toño el de Santibáñez’, lo retiró, ¡a los veinte años!, un árbitro en una tarde aciaga en el corro de Villaquilambre. Se llamaba ‘Miguelín, el de Acevedo”’, y durante todo el combate entre el mentado Toño y Ernesto el de Argovejo, pitó de forma parcial, hasta que logró que ganase este último. Es un ejemplo, de los que hay miles a lo largo de la historia y en cualquier deporte...
Si partimos del hecho de que ser árbitro es muy difícil, que lo es, deberíamos acordarnos del mejor de todos: Salomón, el de la Biblia, ese que estuvo dispuesto a partir, así, ¡zís, zás!, en dos al niño por el que se peleaban dos madres. Bueno, a lo mejor la solución fue muy extrema, pero consiguió desenmascarar a la que era la impostora. Hablando de imposturas: uno, en su antimadridismo militante, prohibiría jugar a fútbol al tipo ese, Vinicius, porque lo único que le interesa durante los partidos es dar el cante y hacerse notar: cuando te pitan en todos los estadios, menos en el tuyo, a lo mejor es que es un provocador, un cantamañanas o es que te sobra soberbia.
A lo que íbamos... Se puede arbitrar en casi todas las actividades humanas. Jared Daimont cuenta en uno de sus libros, que en todos los pueblos y en todos los barrios de las ciudades de Papúa Nueva Guinea existe la figura de un mediador, (un árbitro, al fin y al cabo), que intenta poner de acuerdo a las partes en conflicto, sea este grande o pequeño, que se presenta en la diaria convivencia. Lo más curioso es que suele, en la mayoría de las ocasiones, lograr su objetivo y, así, las aguas nunca salen de su cauce y todos quedan satisfechos...
Volviendo al deporte, que es lo más sano y gratificante de la sociedad moderna, en Barcelona están en un sin vivir a cuenta de un árbitro que, por lo visto, les arreglaba muchos partidos durante muchos años, cobrando, ¡por supuesto!, un capital. Un servidor se lo creé a pies puntillas, porque antecedentes hay para dar y tomar. El Madrid, el equipo del régimen, (fuese este cual fuese), ganó ligas y copas de Europa porque los referee les echaba una mano cuando las cosas se ponían chungas, bien pitando penaltis dudosos, bien añadiendo minutos y minutos hasta que Sergio Ramos lograba marcar el gol de la victoria. En esto, el Barcelona y el Madrid son iguales: todas las ligas parten con diez o quince puntos de ventaja respecto a los demás. O sea, que lo mejor que pueden hacer es no quejarse de los arbitrajes, cosa que hacen todo el tiempo, para influir en el ambiente y que esos tipos piten, aún más, a su favor. Es desternillante que la Liga del Fútbol Profesional, dirigida por un confeso votante de Vox, no les hayan echado de la competición, porque se lo merecen. Los que somos de equipos de medio pelo, (aunque con mucha historia), como el Athlétic, nos jodemos y nos aguantamos viendo como todas las campañas, por culpa de los árbitros, nos joden seis o siete partidos y con ello la posibilidad de ir a Europa a enseñarles a esos sabelotodo como juega un equipo de aldeanos.
Dice un amigo mío que «el dinero y los cojones, pá las ocasiones». Como de lo primero, todo lo contrario que el Barcelona y el Madrid, andamos tiesos, lo tenemos que sustituir con lo segundo, que en eso vamos sobrados: los tenemos como los tigres, pequeños y pegados al culo y ¡pobre del que lo ponga en duda! Los huevos, por ejemplo, los pusieron los kiwis porque, a pesar de todas las adversidades provocadas por un hijo de ‘la pérfida Albión’, perdieron por un punto y consiguieron un ensayo que pasará a la historia del rugby. Los africanos ganaron ayudados por el árbitro, dando hostias a diestro y siniestro y convirtiendo patadas... Dentro de cuatro años os esperamos... Salud y anarquía.