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El Regreso de las Golondrinas

22/05/2024
 Actualizado a 22/05/2024
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Qué sensación de belleza permanece después de haber visto ‘El Regreso de las Golondrinas’. Muestra un amor tan distinto al que se usa hoy en día que no es extraño que se desarrolle en una naturaleza tan hermosa como dura, con la que se funde y que lo pone a prueba. 
Ubicada en la China vaciada, Li Ruijun nos cuenta la historia del matrimonio concertado entre Guiying (Christina Hai), quien a pesar de su juventud sufre problemas de incontinencia, y Ma Youtie (Wu Renlin), un agricultor introvertido cuya principal compañía es su burro. 

En el pueblo, algunos se han casado, muchos más se han ido, pero ellos parecen condenados a seguir allí. Apartados pues por sus familias, ambos comienzan una vida conyugal distante y sin ilusión. Sin embargo, la mutua ayuda que se brindan día a día para poder sobrevivir a las inclemencias y a un campo indomable, hará que nazca entre ellos un amor silencioso, un caleidoscopio de fotogramas bellísimos que van cambiando mientras su relación se transforma en algo tan delicado como profundo.

La película retrata la vida rural con dureza, algo que muchos cineastas contemporáneos están haciendo, alejándose de la mitificación de los viajes iniciáticos al campo y la feliz vuelta a las raíces, tal como lo han representado algunas películas, eminentemente americanas. 

La venta de sangre de Youtie Ma a un rico de la zona es uno de los elementos que nos pone delante las condiciones casi medievales, un sistema en el que, si hacemos memoria, se concebía la prisión por deudas o la compraventa de personas. No obstante, es imposible no ver en ello la peor cara del capitalismo actual. La escena en la que Guiying lora cuando muere el burro de Youtie y dice «Ese burro vivía mejor que yo» sintetiza la dureza de las condiciones de vida en el campo. Es una película pausada, llena de detalles y gestos, como las veces que Youtie Ma cambia las sábanas de Guiying o cuando una caja de cartón agujereada con luz en su interior se convierte de pronto en un elemento de magia compartida que llena su minúscula estancia de luciérnagas doradas. Básicamente, logra captar la sustancia de la que está hecha el amor verdadero, más allá de palabrería y gestos grandilocuentes sin consistencia. Me gustan estas películas, aunque en ellas, contrariamente a lo que muchos guionistas buscan, no pasan muchas cosas, no todo hace avanzar la historia. Ni hay un deseo tan concreto ni un antagonista tan evidente. Son historias pequeñas en las que vastos universos están dentro de lo poco que pasa. Apelan a la memoria y a los sentidos, no se conforman con azotarte de forma epidérmica para que estalles en emociones. Son sembradoras de interrogantes y de mensajes al subconsciente. Te llevan lejos para que comprendas lo que tienes muy dentro de ti. 

Después de ver ‘El Retorno de las Golondrinas’, soñé que caminaba descalza sobre el terreno labrado por un tractor. Pequeñas piedras se me clavaban en la planta de los pies en los que empecé a sentir un hormigueo cada vez más intenso. Cuando giré mi pie vi que en la planta estaban brotando tallos verdes, como raíces que tiraban hacia el suelo, pugnando por llegar a la tierra. 

 

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