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La reina de las palomas

26/04/2024
 Actualizado a 26/04/2024
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Mamá, se me ha ocurrido una cosa –me dijo Pequeño Zar ayer–. ¿Por qué no hacemos las elecciones por la independencia de las palomas? Para elegir a la reina, escribimos en un papel los nombres de las palomas y lo dejamos en el alféizar de tu ventana y luego que cada paloma cague sobre el nombre del candidato favorito. La que más cagadas tenga, gana. 

Como metáfora del sistema electoral me parece brillante. Pero para que entendáis todo su significado debo explicar varias cosas. Primero, que mi barrio de Madrid (Lavapiés) está infestado de palomas. Hay un par que adoran mi alféizar y cada vez que ven la persiana bajada se acurrucan ahí y cagan a su gusto. Los excrementos de paloma son como las cucarachas: imposibles de exterminar. Al final, la única forma de evitar el baño de excrementos ha sido el método vintage ochentero: colgar un CD en cada ventana. Así que cuando levanto la persiana por la mañana lo primero que veo es un CD de una banda de los 90 que jamás pasó a la gloria. 

Después tengo que decir que mi barrio es bastante democrático, así que, si hay una reina, será por elección, claro. En mi barrio nadie cree en la ley de la sangre. Quizá porque tenemos un gran porcentaje de inmigrantes: subsaharianos, saharianos, nordsaharianos, paquistaníes, chinos, etc. Están ellos como para creer en los privilegios que otorga la sangre. 

Anoche quedé en mi barrio con un corresponsal británico. Entre que llegaba, me crucé con Sergio C. Fanjul, periodista de ese gran diario nacional, paseando la sillina de su hija. Me dijo que había una manifestación por la supervivencia del barrio, un barrio que lo tiene todo: yonquis, redadas de policías, pisos turísticos y pisos en venta cada vez más caros. Le dije, no sé cómo se puede combinar los pisos de lujo con los yonquis. Estábamos de acuerdo, también en ir a la manifestación. Después apareció el corresponsal. Me contó que su padre tenía una granja de vacas en Cornualles, en la que había vivido su abuelo, su bisabuelo y quién sabe hasta dónde se remontaba el linaje de granjeros. Pues bien, esa granja y sus hectáreas adyacentes no le pertenecían, pertenecían al señor del castillo, que habitaba un ídem en la isla inglesa de Saint Michael (no confundir con su versión francesa). El hermano del corresponsal había no-heredado la granja y las tierras. Era el arrendador de un terrateniente. Así siguen las cosas en Reino Unido. 

Por eso, a pesar de las palomas, estoy encantada de vivir en un barrio donde los niños están convencidos de que a las reinas, aunque sean de palomas, hay que elegirlas democráticamente. 

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