Según la tradición, es a santa Helena –la madre del emperador romano Constantino–, a quien debemos el descubrimiento en Jerusalén de la Cruz de Cristo. Fue en el año 326, el 3 de mayo, fecha en la que aún se celebra en muchos lugares la ‘Invención de la Santa Cruz’ –‘invenio’, en latín, significa hallar, descubrir–, la Cruz de Mayo, aunque no figura en el calendario litúrgico desde 1960.
La Cruz –lo hablábamos aquí mismo hace unos años– fue dividida en tres partes: una se llevó a Roma, otra a Constantinopla y la tercera –el brazo izquierdo– permaneció en Jerusalén. Esta última, en el siglo V, ante la amenaza persa, fue trasladada también a Roma por el custodio de las santas reliquias, Santo Toribio de Astorga, a quien, al ser nombrado obispo asturicense –según el episcopologio, en el año 444–, el papa san León Magno le permitió llevársela consigo. Y en Astorga permaneció hasta el siglo VIII cuando, ante el avance musulmán, se trasladó –junto con las reliquias del propio Santo Toribio– a un pequeño monasterio en La Liébana –en la actual Cantabria–, dedicado entonces a san Martín de Turieno y, ya en el siglo XII, a Santo Toribio; y que, por cierto, perteneció a la diócesis de León hasta 1955.
El domingo pasado se clausuró el Año Jubilar Lebaniego –se celebra cuando Santo Toribio, 16 de abril, coincide en domingo–; pero, ni que decir tiene, el monasterio recibe peregrinos constantemente. Si tienes ocasión, no dejes de visitarlo, que la experiencia es única, y cualquier día es bueno… Excepto este fin de semana, que el ‘Lignum Crucis’ regresa a Astorga –la última vez fue en 2018–: el sábado será recibido en la catedral a las cinco de la tarde, y volverá al monasterio en la tarde del domingo, tras visitar San Justo de la Vega –la programación arranca ya el viernes–; y aún antes, en la mañana del sábado, hará parada en León capital para la celebración de la eucaristía en el primer templo legionense a las doce y media, y posterior veneración. Si te acercas, allí nos vemos.