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República de Almendros

29/06/2024
 Actualizado a 29/06/2024
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Hay muchas formas de contar las ciudades y los pueblos. Lo primero que podría decir es que cada uno los cuenta como quiere o como puede. A unos cuantos les gusta tirar de datos históricos o describir las joyas patrimoniales. Muchos son más del estilo de Rosalía de Castro y se dedican a los montes y a los ríos y las fuentes. A otros lo que les va es el paisanaje, pegar la hebra con quien parezca tener una historia interesante, descubrir el brillo enigmático de una mirada sobre la barra del bar. Y todos estos elementos se pueden mezclar en proporciones variables, como los bizcochos caseros. Algunos cuentan lo que ven y otros cuentan lo que imaginan, y ambos, ésta es la magia de la literatura, dicen la verdad.

El escritor José Luis Suárez Roca es de los imaginativos. En sus fantasías put-onlíricas (el guion es mío y no suyo, y no lo pongo por recato, sino para marcar el origen inglés de la palabra) describe un territorio que existe y no existe a la vez. Es la República de Almendros «cuyos horizontes desbordan los límites del Bierzo y alcanzan hasta las moradas aristas del Océano». Hace unos días, en la librería ‘El libro imposible’, José Luis Suárez Roca hablaba de esta República de Almendros, que coincide con el título de su libro, publicado por este periódico. Suárez Roca contaba cómo, a pocos pasos de Negrísima del Sil, que es y no es la ciudad de Ponferrada, está la bahía del Pajariel. Esta bahía, nos dijo, amanece tan real cada mañana que es imposible encontrarla en las guías de los lugares imaginarios. 

Desde que José Luis nos habló de esa bahía, puedo verla y sumergirme en sus aguas perpetuamente azules. A ella acudo en las tardes contaminadas por la melancolía, porque José Luis me ha asegurado que ofrece un refugio excelente contra las inclemencias políticas e ideológicas de cualquier tiempo. Veo los trenes que navegan hacia el océano y algunas tardes, incluso, encuentro sobre sus arenas los restos de poemas metafísicos que deja el mar. Comparto también los mendrugos de pan y las latas de sardinas de las personas que pasean por allí tras la caída del sol. Ésta es la fuerza de la palabra: nombrar lo que no existe y crearlo.

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