Han pasado dos semanas desde que ocurrió. Unas jornadas eternas convertidas para miles de personas en una auténtica pesadilla que, lamentablemente, aún no ha terminado.
Porque mientras siga habiendo desaparecidos y fallecidos sin identificar no se podrá dar por superada la etapa más dura, la de mayor impacto, para intentar avanzar.
Y porque queda por delante un arduo trabajo de reconstrucción partiendo casi de cero en muchos casos.
Tal vez por este motivo continúa siendo noticia todo lo que tiene que ver con el después de la catástrofe. Algo así no se puede olvidar en mucho tiempo, ni se debe.
No parece que vaya a ser fácil esa vuelta a una relativa normalidad, aunque sin duda se terminará consiguiendo.
A pesar de los obstáculos que haya que sortear. Y no me refiero al barro y los escombros. Tampoco a lo que intuyo que se puede sentir al ver tu casa, tu calle, tu barrio desaparecer bajo una riada que se ha llevado todo.
Esas imágenes desoladoras y testimonios de los afectados han sido captados con todo lujo de detalles por los medios de comunicación que, en su mayor parte, cumplen con su labor informativa y divulgativa de hacer saber de primera mano lo que acontece.
Sin embargo, en ocasiones, suponen una de esas trabas añadidas. Por su excesiva dosis de sensacionalismo o por contribuir de alguna forma a propagar esas noticias falsas, bulos, que tan dañinos resultan.
También están quienes, lo mismo que los animales carroñeros buscan la ocasión de alimentarse de los heridos de muerte, aprovechan esta desgracia para cometer robos, atracos o tratan de lucrarse generando más caos, si cabe.
Lo que se conoce como hacer leña del árbol caído.
No debe esto empañar la labor de voluntarios y profesionales que hacen lo posible, codo a codo y de verdad, por lograr que los afectados puedan continuar con sus vidas y seguir adelante.
El ser humano ha tenido siempre la capacidad para levantarse después de cada catástrofe a lo largo de la historia. Que nunca perdamos esa resiliencia.