No, hoy no les voy a hablar del memorativo día de los Difuntos (fieles y profanos, pues soy descreído y agnóstico) ni de mi preferente gusto porque las flores se regalen en vida y en vida se muestre o demuestre todo amor, dejando otras memorias y añoranzas para consideración en íntimo círculo o en el propio almario. Ni tampoco de lo que sin duda alguno espera: la falta de tacto –«prudencia para proceder en un asunto delicado», aclaro– o incoherencia entre la pública teoría y su peculiar praxis que ocupa diarios e informativos. Amén de decepcionado y enojado por el caso, me veo superado e irritado por la proliferación de neófitos feministas producto del más ruin pancismo político. Tiempo habrá.
No, hoy quiero hablarles de Picarín (para mí Pipo) una especie de Platero, guardando las naturales físicas y poéticas distancias que se desprenden de que Platero fue asno y Picarín no y el señor don Juan Ramón fue Premio Nobel y yo no pasaré de caballero novel ni de novel escritor por más que años lleve de aprendizaje. Aun así, bien cierto es que, aunque de Picarín no se pueda decir que sea «pequeño y peludo», sí se puede afirmar que «es suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…».
Picarín (Pipo) es un perro de peluche que sentado apoyaba su cabeza en el respaldo de un taburete de más de noventa centímetros de alto que llegó a mi vida y a la de muchos transeúntes de la calle Villafranca hace meses, al ser recogido y adoptado por Miguel, Nieves y María, almas y aprecios de la cafetería Puerta Pícara (callaré amabilidades y placeres paladiales, no sea que se complete el aforo, que ya no estoy para intemperies y más sin la presencia terracera de Picarín, bien protegido siempre de soles, lluvias y friuras.
Desde que allí estaba, era Picarín, creo, como un billete de viaje a la infancia de clientela –no copiosa en juventudes y/o nuevas generaciones (no se pique nadie)– y viandantes, y, de los niños, venía a ser como un previo entrenamiento o afianzamiento de encuentros con La Negrilla, La Giganta que le dice mi nieto Guillén.
Mas, como nunca falta alguien que sobre, el pasado martes, entre las siete y siete y media de la tarde, algún descuidero sustrajo a Picarín, alejándonos aún más de la inocente infancia y dejándonos, así, como más asqueados de mundo y realidad. Y por ello, exijo, exigimos, la inmediata restitución de Picarín, aun sea con nocturnidad. Mas ¡restituid(nos)a Picarín! ¡Ya!
¡Salud!, y buena semana hagamos y nos dejen tener.