Si nos remontamos a la época del Imperio Romano encontramos la primera fecha elegida, el 15 de marzo, para celebrar el día de la madre. Esos seres especiales capaces de lograr auténticos milagros, de luchar sin límite cuando se trata de cuidar y proteger a las criaturas a las que han dado la vida. O a aquellos a los que han adoptado, entregándose a ellos en cuerpo y alma. A lo largo de la historia, por supuesto, ha cambiado el día en que se rinde homenaje a las madres. Además, varía en cada país, en España es el primer domingo de mayo. Pero una jornada en su honor es lo mínimo que merecen, eso está fuera de discusión.
Aunque ellas están presentes todos los días del año y dispuestas a ofrecer ese amor incondicional y sin medida, un regalo de los que no tienen precio. Por tanto, hay que saber valorarlo y agradecerlo a diario mientras sea posible. Por eso creo que los casos que conllevan maltrato de cualquier tipo de una madre hacia sus hijos o viceversa, que por desgracia los hay, resultan especialmente difíciles de comprender. Podrían considerarse comportamientos antinaturales.
También duele solo imaginar el sufrimiento de esas mujeres que han vivido o tienen que vivir la experiencia de la maternidad en medio de un ambiente de pobreza, de soledad, de violencia o de guerra.
Ante las noticias y las imágenes devastadoras procedentes de los conflictos armados que se encuentran activos, es inevitable dedicarles un pensamiento y un fuerte deseo de fortaleza y coraje. Es cierto que a veces estas situaciones son inevitables, se escapan a nuestro control, pero son injustas y nadie debería pasar por ellas. Esta celebración nos recuerda la importancia de la figura materna. A lo largo de los siglos ha evolucionado su papel, su reconocimiento y otras muchas circunstancias. Eso sí, siempre han sido un pilar fundamental en la sociedad.
Respeto y admiración hacia ellas y sus diferentes formas de afrontar el reto de la maternidad. Vivan las madres, nada seríamos sin ellas.