Hoy acaba el Festival Palabra, esa filigrana de sofisticada literatura con cartel de carmesí florido y colofón en la entrega del Premio Leteo a la palestina Adanía Shibli. Y es el momento de proceder a un desahogo. Si es que no se me está volteando el gusto hacia la literatura popular, sí confieso por lo menos que me he abalanzado sobre la obra de Arturo Pérez-Reverte a muerte.
Mientras los del festival anduvieron por la provincia con poetas y novelistas renovadores yo me dediqué a gozármela leyendo ‘El Italiano’ del amigo Arturo con guión. Y no me avergüenza, pero me castigo por indolente, por zamparme los atajos de literatura popular que coloca canteándose como quiere y yo ni pío. Como ese rollo conquistador de sus narradores o protagonistas. Y porque siempre me sentí un poco a disgusto con sus libros, desde que fui de chaval a casa de un medio amigo y al ver un ‘Alatriste’ en su estantería y decir que aquel lo había leído yo, me respondió «bueno» el gilipollas con el que a los años crucé puño y patada, con un desdén que me irrita todavía tres décadas después más que el puño. Luego escuché un juicio adulto pero desacertado que calificaba lo del antiguo reportero de periodismo y no literatura y apuntaló mi distanciamiento de la obra del escritor cartagenero.
Que ‘Un día de cólera’ era una obra maestra lo dijo Marías mucho antes de que yo lo leyese, y lo suscribo y recomiendo el libro siempre que puedo con furor. A Perez-Reverte si no existiese habría que inventarlo, ese tío que en la setentena se planta marcial en la Feria del Libro recibiendo a la gente de pie y que más que populista en sus declaraciones uno se lo teme franco. La mala digestión que demuestra cuando lo ve todo negro vamos -hoy- a achacársela a aquellas siete décadas de actualidad.
Le he visto recientemente en un homenaje a Joseph Conrad haciendo apología de los personajes que resisten las tempestades sin alzar la voz pero a la vez dando indicaciones superfluas a su presentadora en el acto. Cal y arena, lo tomas o lo dejas. Yo, después de haberlo recuperado con la serie ‘Falcó’ hace unos años, ahí sigo, ahora con ‘El pintor de batallas’ esperándome en la mochila. Pero sin haberme reconciliado del todo.