La Semana Santa y la Pascua de Resurrección, aparte y más allá de su contenido religioso (hoy, ay, de escenificación para turistas), suponen, en nuestra sociedad y en nuestra cultura, una ritualización, en clave cristiana, del final del invierno y el inicio de la primavera.
Así, la pasión y muerte de Cristo podrían ser interpretadas como el final del tiempo viejo, el final del invierno, el tiempo de la muerte, de la tiniebla, de la esterilidad. Mientras que su resurrección vendría a significar el nacimiento del tiempo nuevo, del tiempo primaveral, del tiempo del florecimiento de los árboles, así como del resurgir de las plantas y de esa nueva vida y de esa nueva luz que derrote lo tenebroso.
Por mucho que se diga o que se quiera, la mayoría de las procesiones de las ciudades son, en sustancia modernas, de nueva invención o, si se quiere, de nueva tradición. Tendríamos que descender al mundo campesino, para dar con ritos, más antiguos y muy sentidos, hasta que, por desgracia, se han ido perdiendo, que se han practicado para celebrar la Semana Santa.
Comencemos por uno que –inspirado, en el fondo, por la autoridad eclesiástica, a través de las diócesis, lo mismo que las pastoradas y autos de reyes navideños– se ha realizado en algunas localidades. Nos referimos a la representación, por parte de los propios vecinos y vecinas de los pueblos en que se ha realizado, de lo que podríamos llamar un Auto de la Pasión.
Conocemos dos pueblos al menos (habrá habido más) en los que, en un pasado relativamente reciente, se ha representado el auto de la Pasión a que aludimos. Uno de ellos ha sido Valporquero de Rueda, entre montes, perteneciente a la comarca homónima, y el otro, ya en la ribera del Cea, Villaverde de Arcayos.
El auto de la Pasión de Valporquero Rueda lo publicó nuestro llorado amigo Jesús Ferreras, un ser marcado por la entrega y por la bondad, en el libro que le dedicó a ese pueblo, que, en su momento y en acto público, le presentamos nosotros. Mientras que el de Villaverde de Arcayos lo recogió Víctor, otro buen amigo, oriundo de esta localidad.
Tampoco habríamos de olvidar –como sigue ocurriendo en Modino– la elaboración de un pelele, que representa a Judas, que lleva un collar de cáscaras de huevo y que se cuelga de la rama de un nogal; una clara representación del tiempo viejo del invierno.
Hoy, desgraciadamente, es un patrimonio inmaterial ya perdido, en la medida en que, aunque conservemos algunos textos, se ha perdido su representación, debido, como tantas otras manifestaciones de las culturas campesinas, a la agonía y muerte de nuestro mundo rural.
Pero ha habido otras tradiciones relacionadas con la Semana Santa y la Pascua. Así, por ejemplo, una de ellas, muy extendida, es la procesión del encuentro, entre las imágenes de la Virgen María y de Cristo, acompañada por cantares, algunos de los cuales hemos recogido y publicado.
Y también otras varias. Por ejemplo, en Ardón, era costumbre que, en tales días, hubiera limonada en todas las bodegas. Como también que el Miércoles, Jueves y Viernes Santo, tras la terminación de los oficios litúrgicos, los muchachos tocaran las matracas y las muchachas, las carracas. Mientras que, en la Pascua, cada novio ponía un ramo a su novia en la ventana de su casa, al tiempo que se hacía un sendero de paja desde la casa del novio a la de la novia. Como ocurría, por otra parte, cuando se desvelaban nuevos emparejamientos.
En fin, antiguas tradiciones campesinas; antiguas tradiciones de nuestros pueblos, que constituyen un patrimonio del que, pese a estar ya tan amenazado y hasta perdido, hemos de guardar memoria.