El más sorprendente de todos nuestros escritores se llama Óscar García Sierra, acaba de superar los 30 años y es de La Robla. Es mucho decir en una provincia en la que hay tantos escritores que si le das a una patada a una piedra sale uno al que le ha brotado una novela en lo que disfrutaba de un moscoso. Óscar García Sierra ya ha publicado dos y no las cuenta porque se explica mejor por escrito, concretamente a través de los diálogos de sus personajes, entre los que el lector leonés es fácil que reconozca a algún conocido, amigo o familiar que se ha quedado varado entre las mareas sociales y económicas que nos zarandean. La última se titula ‘Ropa tendida’ (Anagrama) y le confirma como uno de los escritores jóvenes más destacados de la literatura española, porque ha conseguido hacer de la desindustrialización no sólo su principal tema, sino en realidad su principal protagonista. El derribo de la central térmica de La Robla, el humo naranja que cubre el ambiente y mucha cocaína componen el paisaje en el que atrapa a sus lectores, porque es capaz de describir con lucidez la atmósfera en todos los sentidos contaminada que deja tras de sí la minería.
De sus graves consecuencias que se evidencian hoy poco se había escrito desde la ficción, o al menos no de forma tan transparente como lo hace Oscar García Sierra. En todos los análisis políticos, sociales y económicos de la provincia de León se destaca el fin de la minería como el gran condicionante de nuestro actual subdesarrollo, un sector cuyos beneficios económicos fueron inmediatos mientras que sus perjuicios, medioambientales y sobre todo sociales, se manifiestan con toda su crudeza décadas después, como le queda perfectamente claro a cualquier lector de ‘Ropa tendida’. El problema es que los leoneses tenemos que soportar que esos diagnósticos nos lleguen por boca precisamente de quienes primero consintieron a los empresarios las mayores aberraciones y, después, su estampida.
El fracaso de todas las políticas de desarrollo alternativo para las cuencas mineras escupe a los personajes de la novela, un fracaso del que tanta responsabilidad tienen los políticos nacionales, que se preocuparon más de buscarse un puestazo en los consejos de administración de las energéticas; los políticos autonómicos, que destinaron a autovías mesetarias el dinero que Europa enviaba para el futuro de la montaña; y por supuesto los políticos locales, que no tuvieron reparo alguno en venderse a cambio de fugaces puestines. También tienen su protagonismo en este libro que avanza a través de las conversaciones de quienes sufren todas las consecuencias pero, al mismo tiempo, comparten indudablemente parte de la responsabilidad de ese fracaso, demostrando por enésima vez que los políticos no son más que el reflejo de sus votantes.
Como de la pandemia, pensar que de la minería íbamos a salir mejores resulta insultantemente ingenuo. Varias generaciones tendrán que pasar hasta que la provincia de León en general y las cuencas mineras en particular, por las que a demasiados ratos pasear hoy tiene algo de caminar entre zombies, sean capaces de superar los traumas que los excesos de la minería dejaron en la sociedad y que tan bien refleja Oscar García Sierra. Y como todo iba a salir regulinchi, lo peor no son los errores cometidos, sino volver a verlos venir: aún Victorino Alonso, esta semana, intentó evitar la salida de miles de toneladas de carbón que consideraba suyas, aunque formaran parte de su concurso de acreedores, ese que tan caro nos salió a todos los españoles. Del asunto no ha dicho ni una sola palabra hasta el momento ningún político leonés, preocupados como están por la quita de la deuda autonómica o, según el caso, por seguir dándose codazos por el poder. Vuelven los mismos a lo mismo, ahora con proyectos que a ellos les parecen limpios y que, como no dan el mismo dinero, enfrentan a los pocos vecinos que quedan.
En Ponferrada, epicentro de lo que queda después de la minería, esta semana el ayuntamiento quiso cambiar el nombre del colegio Valentín García Yebra, único académico berciano hasta la fecha, por La Minero, en honor a la empresa que lo construyó e impulsó las minas en la zona, y que terminó en manos del mencionado Victorino Alonso y acogiendo a varios cargos socialistas en su consejo de administración. El gobierno de PP y Coalición por el Bierzo, que ya antes habían dado juntos y por separado sobradas muestra de sus osadías, afirmaban que así lo pedía la comunidad educativa y que el traductor y filólogo de Lombillo de los Barrios ya tenía otros recuerdos por la ciudad, argumento que se podría aplicar también para la excelentísima MSP. Tuvo que salir Vox (sí, Vox)para pedir junto al PSOE un poco de cordura y respeto por García Yebra, cuya familia escribió una carta al consistorio para exponer su estupefacción. No es que lo explique pero, por contextualizar un poco, hay que decir que, también esta semana, el alcalde de Ponferrada aseguró que «ser berciano y leonesista es un oxímoron, una contradicción en los términos» y que «la identidad de Ponferrada no se puede diluir en León» porque, claro, «la Junta mantiene inversiones en Ponferrada y no la tiene olvidada». No es que lo explique pero, por contextualizar un poco, hay que decir que, también esta misma semana, el Ayuntamiento de Ponferrada participó en la celebración de una misa rociera, no por andar mezclando identidades sino porque es algo que siempre tuvo mucho arraigo en el Bierzo. Será por las minas de Huelva. Todo es posible en este lugar que queda entre las traducciones de Valentín García Yebra y los diálogos de Óscar García Sierra.