23/06/2024
 Actualizado a 23/06/2024
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Hace una década apareció por los corros de lucha leonesa un joven negro, de planta espectacular y sonrisa tan amplia como sincera. Luchaba por el pequeño pueblo de Adrados. Se inscribía  como Rowland Mountalá y le llamaron (le llamamos) de todas las maneras posibles: Roulan, Rolan, Ronald... y lo que te imagines. La respuesta siempre era una sonrisa espectacularmente blanca sobre fondo negro.

Un día, por un reportaje, se supo del valor de una sonrisa injustificada. Rowland salió de su pueblo en Ghana con 17 años, atravesó el desierto de Libia con un grupo de 50 desesperados de los que la mitad falleció en la travesía, entre ellos el mejor amigo de Rowland, el que le animó a huir del dolor y la muerte, pero tuvo que hacer lo que les habían repetido hasta la saciedad: «Sigue, si te quedas a intentar ayudar moriréis los dos». Los últimos de la travesía ya no tenían agua, debían beber su propia orina... Pero llegó a Europa.

En Francia, en Marsella, después de descargar barcos durante toda una noche y cobrar, cogió un taxi. El taxista le vio el dinero, le sacó una navaja y se lo robó, Rowland intentó evitarlo y se llevó un navajazo. Si pudo denunciar ni ir a un hospital. No tenía papeles.

Pasó otras mil similares en varios países. En Madrid  conoció a una leonesa de Adrados y se casó. Y se hizo luchador. Y sonreía feliz, repetía que no podía ver un problema sin tratar de ayudar porque se acordaba de su historia. Y enviaba dinero a su familia. Pasar una ronda más en la lucha eran otros 50 euros, era vida, era mandar dinero, era una sonrisa amplia y sincera.

Conocer su historia cambió totalmente la mirada de los aficionados a la lucha hacia él. Rowland (lo de llamarle de cualquier manera no cambió) pasó a ser una especie de niño mimado, hasta el punto que otro luchador negro de la época se ‘celaba’ del cariño hacia «el Rolan». 

Igual a las discusiones, a los improperios, a los insultos, a las sospechas de maldad innata a su condición de migrante sospechoso habría que sumarle también vidas, biografías, dignidad más allá de perversos juegos sucios... ¿Residen todos nuestros méritos en haber nacido aquí?

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