05/01/2025
 Actualizado a 05/01/2025
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No suele haber escapatoria de los tópicos cuando del deporte se trata, pues en él se reúnen todos los lugares comunes, todas las hipérboles, toda la grandilocuencia, todos los vacíos del lenguaje, no importa si se trata de una crónica periodística o de una declaración de cualquiera de sus protagonistas. Nadie se libra de las frases hechas: fútbol es fútbol, dijo Vujadin Boskov, y ya no hubo más.

O tal vez sí. La fuga de esos espacios trillados se produce cuando la mirada atiende sobre todo al deporte amateur, más aún si se trata de una disciplina poco comercializada, todavía más si quienes la practican son mujeres, y ya el colmo es que se trate de mujeres en la treintena o más allá y madres. Sucede así en el rugby. Pienso en la majestuosidad de Jonah Lomu al convertir un ensayo para sus All Blacks. Pienso en las innumerables leyendas nacidas del Torneo de las Seis Naciones. Pienso en Nelson Mandela entregando la Copa del Mundo a la selección sudafricana. Y pienso en ese equipo de mujeres, Leonas Mater, campeonas de España a finales del pasado año en su debut en la categoría.

No sé si será cosa de la edad o si es que uno está ya de vuelta de todo, pero confieso que llevo años disfrutando mucho más de los deportes practicados por mujeres que por hombres; desde luego cada vez menos, exceptuado el ciclismo, si se trata de hombres super-profesionalizados, mega-mercantilizados y extra-narcisistas por lo general. También en estas cualidades el rugby es un mundo aparte. Y también por todo ello celebro el triunfo de esas mujeres y lo dejo escrito para que sea admirado si así se estima. Casi como las admiran a ellas sus parejas e hijos, porque juntos han descubierto en la práctica de ese deporte un horizonte superior al corriente de la vida diaria. Yo me encuentro a una de ellas algunos días en la panadería del barrio y, además de venderme el pan, los croissants y las magdalenas, me habla de sus entrenamientos, de sus esfuerzos y de sus partidos. Yo creo que está contenta.

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