No hace tantas décadas en nuestro país no todos podían decir lo que pensaban. Pero por suerte, en 1978 llegó a nuestras vidas el mejor libro de cabecera que uno se podía imaginar en aquella época, la Constitución Española. En su artículo 20 se reconoce y protege el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. Tantos años de silencio sólo podían tener una respuesta, la libertad de expresión.
Con el paso del tiempo se fue perdiendo el miedo a decir lo que uno opinaba, aunque no fuera lo que pensaba y opinaba la mayoría. Es verdad que todavía siguió habiendo ciertos silencios, pero también es cierto que estos han ido desvaneciéndose poco a poco cuando la sociedad ha ido evolucionando y ha asumido ese principio básico de poder hablar libremente sobre algo. Pero paradójicamente, desde hace ya algún tiempo, esa tan ansiada y merecida libertad de expresión está retrocediendo. No alcanzo a detectar dónde está el origen de ese retroceso, lo que quizás nos ayudaría a encontrar la solución, pero lo que es evidente es que actualmente hay algunos temas sobre los que una persona no puede expresarse libremente si lo que opina no coincide con ciertas corrientes dictatoriales impulsadas por la inmundicia de lo políticamente correcto.
Los más puristas me dirán que la libertad de expresión está intacta, ya que tú puedes hablar sin tapujos sobre cualquier asunto sin acabar en el juzgado, con las salvedades lógicas y necesarias de aquellas personas que lanzan injurias, fomentan el odio o atentan contra el honor. Evidentemente esto es así, pero no podemos obviar el poder del juicio popular que sí pueden emprender contra ti por expresar una opinión. No te sentarás en el banquillo ante un juez con toga ni acabarás entre rejas, pero sí serás condenado y guillotinado socialmente, lo que en ocasiones es igual de negativo que una condena ratificada por un juez.
Para evitar no ser juzgadas por el populacho físico y virtual, cada vez más personas optan por no opinar de ciertos temas. Y cuando lo hacen se limitan a hacerlo en círculos muy cercanos y, por si acaso, bajan la voz no vaya a ser que en la mesa de al lado haya alguien de la Gestapo de lo políticamente correcto.
Pero no me preocupa sólo el deterioro de nuestra sociedad por el silencio autoimpuesto para salvarse de la hoguera, también estoy inquieto por saber cuándo y, lo más importante, la manera en la que esos silencios se convertirán en un rugido y las consecuencias de éste.