20/06/2024
 Actualizado a 20/06/2024
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Me puedo imaginar la cara de Saikouba cuando entró en clase y escuchó a sus compañeros y profesores gritar: «¿Pensabas que te íbamos a dejar atrás?». Fue al final de una yincana que habían organizado en un colegio de Las Palmas de Gran Canaria para comunicarle a este estudiante de cuarto de la ESO que entre todos iban a ayudarle para que se apuntase al esperado viaje de fin de curso que no podía pagar. Se trata de un joven de Gambia que llegó hace tres años en patera a través de una de las rutas más peligrosas de Europa, la de la frontera sur. Su idea inicial era ponerse a trabajar y mandarle dinero a su madre, que sigue en su país de origen, pero acabó acogido al plan de protección de menores migrantes y siendo uno más en el colegio que ahora se ha volcado para que no se quedase en tierra.

Leía recientemente esta noticia en los periódicos nacionales y no podía evitar las comparaciones –más odiosas que nunca– con las que estamos contando por aquí a cuenta de la apertura del centro de ayuda humanitaria que va a servir para que el Chalé de Pozo reabra sus puertas. ¿Tan lejos están Las Palmas de Gran Canaria de Villarrodrigo de las Regueras? ¿De verdad puede haber gente tan estrecha de miras como para aplicar la presunción de culpabilidad a unas personas que están muertas de hambre y que sólo buscan una oportunidad para dejar de estarlo? ¿Merecen que, sin ni siquiera ponerles cara, les tratemos como si fuesen peligrosos gorilas que deben vivir enjaulados y ajenos a la sociedad?

Sé que no todos los vecinos piensan así –de hecho, quiero pensar que estos últimos son mayoría por mucho que hagan menos ruido en las redes sociales– y sé que no todas las historias son de color de rosa, como la de Saikouba, cuando hablamos de la inmigración, pero ¿cuándo lo son? ¿En qué familia no hay un garbanzo negro? Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra y tenga mucho cuidado, no sea que se le venga encima un desprendimiento.

Gracias a la nefasta comunicación del Gobierno, que en realidad sigue tirando de estrategia para movilizar a la izquierda y dividir a la derecha, estos exaltados –que viven ahogados en sus grupos de guasap repletos de bulos y en prejuicios que se alejan bastante de la realidad del mundo en el que vivimos– han olvidado que muchos de los nuestros también emigraron y tuvieron que someterse a la ley de su país de destino (como hacen quienes llegan a este nuestro terruño), que seguramente sus hijos tengan –o tendrán en el futuro– amigos o parejas de otras nacionalidades y luzcan con orgullo la camiseta de Camavinga, que algunos de los camareros a los que sonríen mientras les tiran la caña en bares de alto copete no son precisamente de Redipollos y que, si no fuera por quienes vienen de fuera, nuestro censo clamaría al vacío y levitaría sobre la nada. 

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