Miren que los seres humanos estamos empeñados en acabar con el mundo tal como lo conocemos, pues si no fuera suficiente con ello, ahora se nos está acercando un meteorito. Lo que nos faltaba. ¿Se acuerdan del martilleo de cifras que sufrimos con la prima de riesgo o el Euríbor? Pues ahora estamos siendo testigos de cómo va variando el porcentaje de probabilidades de que ese meteorito colisione con el pequeño planeta llamado Tierra.
Pero ojo, el título de la columna de hoy no surge por esa posible catástrofe planetaria. El ‘sálvese quien pueda’, con el que he bautizado la columna de hoy, se refiere a otro peligro que nos lleva acechando desde hace bastante tiempo y su origen, les garantizo, no es interestelar. El último y más reciente ejemplo palmario de la premisa ‘sálvese quien pueda’ es lo que está ocurriendo con la llegada del elefante Donald Trump a la cacharrería de Ucrania.
Les soy sincero, las bravuconadas de Trump no me sorprenden. Lo que sí me llama la atención es cómo hay sectores que muestran sorpresa porque el recién nombrado presidente ponga en primer lugar los intereses de EE. UU. y después los del país de la bandera de estrellas y rayas.
No seamos ingenuos, si algo caracteriza a las sociedades actuales es el egoísmo. Y este pecado guía las conductas de gobiernos, empresas y ciudadanos. Solo nos interesa que a nosotros nos vaya bien, aunque para conseguirlo tengamos que pisotear a los que están a nuestro lado. No tienen más que consultar cualquier día un medio de comunicación o, más sencillo todavía, mirar a su alrededor y analizar ciertos comportamientos.
Lo que está ocurriendo con el mercadeo de Ucrania es una muesca más en el revólver del egocentrismo. Pero dejemos a un lado, durante un instante, a Zelenski y a los suyos. ¿Qué es lo que lleva ocurriendo desde hace años en Europa? Somos testigos de cómo los países van por libre y no se piensa en el bien común, sino en el interés propio. ¿Y en España qué panorama tenemos? Territorios que quieren tener más derechos y oportunidades que el resto, aunque ello provoque que los vecinos más o menos cercanos salgan perjudicados. ¿Y si nos detenemos en Castilla y León? Ídem.
No pensarán que voy a pasar por alto las conductas individuales. Seríamos hipócritas si señaláramos con el dedo inquisidor a los mandamases y no asumiéramos que el virus de ‘sálvese quien pueda’ está cada vez más expandido entre los ciudadanos. Lo que nos importa primero es lo nuestro y después, como no podía ser de otra manera, lo nuestro.