11/11/2024
 Actualizado a 11/11/2024
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In illo tempore se decían aquello de los tres jueves que brillaban más que… algo, no sé, pero no es menos cierto que en el calendario de los pueblos montañeses, años 60/70 del siglo pasado, había dos fechas culmen: la fiesta del pueblo y la matanza del gocho.

«Todos los Santos la nieve por los altos», decía el refranero popular, y en la montaña estas fechas eran las propicias para sacrificar el gocho o semejantes: cerdo, chancho, cochino, puerco, marrano, guarro… porco o txerria.

Sanctus Martinus, «a todo cerdo le llega su San Martín», y lo cierto es que por estas altitudes la matanza se hacía lo antes posible, ya que peligraba el tránsito por caminos y veredas debido a las copiosas nevadas que caían y que dificultan la salida del pueblo de alguien que tiene que llevar «la prueba», en plural, pues además de la suya trasladaba la de algún pariente o vecino. Se trataba de un trozo de carne del animal que se sacaba de las carrilleras o bien de la zona del intercostal y que se llevaba al veterinario para que procediera al análisis oportuno.

Responsabilidad que recaía en la zona, babiana, luniega y mechendera, en don Aquilino Gómez, el veterinario titular, que la examinaba con minuciosidad para evitar así tropezar con la temida triquinosis de consecuencias catastróficas o, al menos, eso es lo que se contaba en las leyendas trasmitidas de generación en generación hablando de tragedias por la ingesta de carne en malas condiciones.

Dada la falta de medios de comunicación que existía, entre el veterinario y los usuarios para saber si la carne era apta o no para el consumo humano, se empleaba una contraseña conocida por todos: si en el plazo de veinticuatro horas, a partir de la entrega de la muestra, no se producían reacciones objetivas con aviso expreso, personal o delegado, de don Aquilino… se le podía meter el diente al gocho ¡sin problema! Salud.

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