Pablo San José, gerente durante muchos años de Bodegas Vile, amigo íntimo de Don Enrique, el cura del Mercado, de Miguel Verduras (qué en gloria estén los dos), y de Alberto, el del ‘Rúa 11’, dónde, con las persianas bajadas, jugaban una partida de mus mítica, en que se apostaban una cena frugal consistente en unos huevos fritos con patatas y picadillo y una botella de vino de la casa (de la de Pablo y de la de Alberto, se entiende), y en la que peleaban a cara de perro por ganar («¡no tiene usted ni puta idea de jugar al mus!»); cofrade de postín de la Semana Santa leonesa, hombre cabal y hedonista ejerciente, pescador en el coto de Cerezales junto con otro imprescindible de la movida de la capital, Carlos ‘Canuto’, natural y vecino, de abril a noviembre, de Vegas del Condado, se nos fue al sur, concretamente a Sevilla, este pasado fin de semana. Conociéndolo, seguro que hizo una visita a ‘la Macarena’, dónde rezaría una o dos ‘Salves’ para que, de paso, el Athletic ganase la ‘Copa del Rey’ en su enfrentamiento con el Mallorca. La Virgen, ¡por supuesto!, le hizo caso y un poco por su ayuda, otro poco por la suerte y mucho por los huevos que le pusieron los jugadores, la Copa voló para Bilbao como si fuese una cigüeña que regresa de pasar un invierno de cuarenta años en lo más profundo del continente africano.
Pues resulta que Pablo me mandó desde Sevilla un vídeo por whatsapp en el que veía las gradas del estadio dónde ubicaron a los hinchas del club vasco. Parecía una marea de bufandas rojiblancas, un tsunami que no paraba nunca. La última imagen del vídeo era ¡Pablo!, meneando la bufanda como un poseso, con mucha más energía y donaire que los propios bilbaínos…: daba gusto verlo, porque la imagen dejaba claro que se lo estaba pasando mejor que los indios apaches después de haber atacado al 7º de Caballería. La verdad es que sentí mucha envidia de Pablo…; pero de la mala, de la que es pecado mortal o venial, no lo se, pero pecado de los gordos, al fin y al cabo. Al caso: lamenté no haber hecho los posibles para irme a Sevilla a ver un espectáculo irrepetible en una vida. El asunto, por supuesto, no es haber ganado la Copa del Rey; lo molar es como se hizo, a ochocientos kilómetros de San Mamés y con muchos más seguidores de los veinte mil que tenían entrada inundando todo Sevilla y dejando a los hosteleros del lugar más contentos que unas pascuas y rezando a la Virgen para que, el año que viene, el Athlétic llegue otra vez a la final. A ellos les da lo mismo quién sea el contrincante, porque con lo que gastan los del Nervión les es más que suficiente.
Los vascos, sobre todo los vizcaínos, son lo más parecido a los Astures de los que procedemos nosotros y los hermanos del otro lado de los montes. Deberíamos sentirnos orgullosos de haberlos enseñado el camino que conduce al disfrute y al gozo en la vida. Bilbao está lleno de ‘maquetos’ del norte de la provincia, que huían de la miseria y de la necesidad en el tren de la Robla, el que llevaba carbón de aquí para que funcionasen sus altos hornos y sus acerías. Algo, sin duda, les habrán enseñado nuestros ancestros, además de a sufrir en silencio. Pero no quiero ponerme sociológico y nostálgico: quiero estar contento porque hemos ganado la Copa del Rey, porque en León hay gente que todavía es del Athlétic y no del Madrid o del equipo de los fenicios catalanes. Quiero pensar que los neutrales que vieron el partido en el fondo de su corazón querían que ganasen los de rojo y blanco, porque, también en el fondo de su patata, admiran a un equipo de aldeanos, de gente que juega en el equipo de su vida, de los que son sus primeros hinchas.
Aprovecho, Pablo, y espero que no te importe, para recordar a un amigo común que nos dejó hace unos días: a Manolo Ferreira, el madridista más del Athlétic que conocí en mi vida. Es lo que tiene estar exiliado en el gachi: que me entero de las cosas siempre a destiempo. En un mundo globalizado, en un mundo enfermo, en un mundo que se encuentra en una situación casi irreversible debido a la estupidez y a la prepotencia de los de siempre, resulta por lo menos reconfortante que un equipo de fútbol logre aglutinar los sentimientos más primarios de los humanos. Pues nada Pablo, lo único que te queda para rematar la faena y salir por la puerta grande y no por la enfermería es ir hoy al ‘Bocho’ para ver a nuestra gente en la ‘gabarra’ surcando el Nervión y acompañar al millón de personas que celebrarán este hecho como si fuese igual de importante que el descubrimiento de América o como cuándo pisamos la Luna. De paso, y conociéndote, visita a la Virgen de Begoña, en el barrio del mismo nombre, dónde nació el malogrado Chechu Rojo, el mejor extremo izquierdo que a pisado un campo de juego. Por si no lo sabes, que seguro que sí lo sabes, su familia descendía de la comarca de Sahagún, por lo que era un maqueto que conquistó el corazón de todos los aficionados vizcaínos. Pero eran, supongo, otros tiempos. Ahora, a lo peor, lo mirarían por encima del hombro. Un saludo, amigo. Salud y anarquía.