Hay que reconocer a Pedro Sánchez que su estrategia para el espejismo de concordia con Cataluña (que incluye todas las exigencias que le mantengan en La Moncloa) ha virado radicalmente el debate político sobre el secesionismo. Dividido el independentismo y en sus horas electorales más bajas, aunque con la poderosa capacidad de descabalgar al Gobierno a su antojo, el acuerdo fantasma (según Montero) de financiación singular para Cataluña ha cambiado el victimismo de bando. «El miedo va a cambiar de bando» gritaba no hace tanto Podemos en las plazas y finalmente no fueron ellos si no el sanchismo traidor el que consiguió esa dudosa gesta de agitar la incertidumbre.
Durante muchos años en esta Españita descosida el «España nos roba» era patria (con perdón) y bandera (señera) del independentismo. Sus líderes lo usaban como comodín populista y «running gag» (ese chiste recurrente de los cómicos) sin gracia para mantener movilizadas las vísceras y las carteras. Quién iba a decirles entonces a Jordi Pujol, Artur Mas y a Quim Torra que un día sería el PP el que coreara su célebre eslogan. «Sánchez nos roba» es el argumentario de los populares contra el pacto fiscal catalán. Lo desplegó Cuca Gamarra en el Congreso aludiendo a que el cuponazo catalán se pagará con «los profesores de los andaluces y los médicos de los extremeños». Y si en 2009 los secesionistas cifraban en 21.000 millones de euros la deuda española con Cataluña ahora el PP cuantifica en 30.000 millones lo que perderán el resto de autonomías. «Sánchez nos roba» es hoy patria (de cada vez más PSOE) y bandera (rojigualda) del bando constitucionalista. Sería un contorsionismo fascinante para estudiar en comunicación política si no evidenciara que la desigualdad es ahora un principio progresista. Es la desigualdad la que ha cambiado de bando, dicen desilusionados los viejos socialistas. Así es la concordia «fake» de Sánchez. Independentistas y populares gritando al unísono la misma consigna.