Bueno… Pues Pedro Sánchez ya es presidente del Gobierno. Y, si te digo la verdad, es un alivio; porque el Estado recupera la normalidad política… y porque, la verdad, no sé a ti, pero a mí ya me empezaba a cargar –y, en especial, en las últimas semanas– todo este tiempo preinvestidura en el que era poco menos que imposible no sonrojarse al ver las noticias. Y no te digo ya las redes sociales…
Casi cuatro meses han transcurrido desde que se celebraron las elecciones generales el 23 de julio, hasta que, el jueves pasado, 16 de noviembre, Sánchez fuera investido presidente del Gobierno. Y en este impás –no lo olvidemos–, Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular –que fue la fuerza política más votada y la que obtuvo mayor representación en el Congreso de los Diputados– intentó, sin éxito –no obtuvo el respaldo necesario de la Cámara Baja–, encabezar el Ejecutivo, antes de que sí lo consiguiera después Pedro Sánchez al frente del PSOE.
Y tan legítimo, digo yo, es el intento del primero como, tras su fracaso, el del segundo… independientemente del color político, que a León –no hay más que mirar atrás– no le va bien ni con uno ni con otro. Las reglas de este ‘juego’, nos gusten o no, son las mismas para todos; y los que han querido ‘jugar’, bien las conocían… Y lo mismo vale el voto de un diputado, pongamos por caso, de Vox, que el de otro de Junts, ¿no? Porque a veces da la impresión de que, para algunos, esto de la democracia –de la que, además se suelen erigir en adalides– solo vale si el resultado es el que ellos quieren; y parecen olvidarse de que «las Cortes Generales representan al pueblo español», tal y como sostiene esa Constitución que dicen defender a capa y espada.
Hay a quien le extraña que el PSOE haya pactado con los independentistas –quienes, por cierto, han dejado claro que saben luchar por lo suyo–; a mí, desde luego, me llama mucho más la atención que el PP, además de con el diputado de UPN, solo haya sido capaz de llegar a un acuerdo con Vox.