Feliz vuelta a la normalidad, aunque en esta ocasión no la recuperamos tras padecer una pandemia mundial a causa de una enfermedad emergente muy contagiosa y mortal, salvando las distancias también ha tenido su padecimiento en ciertas ocasiones.
No soy una odiadora de la navidad, tampoco una entusiasta, me mantengo en un mediocre y bipolar estado de ánimo ante estas ‘entrañables’ fiestas, aunque he de reconocer que llegado el momento roscón el hartazgo de compromisos, obligaciones familias, comer sin hambre y beber sin sed comienza a hacer mella. No se trata de los villancicos, ni las decoraciones excesivas, ni de la repentina preocupación por tu salud de gente con la solo intercambias mensajes una vez año, lo que me colma la paciencia, aunque la edad me ha ayudado a cultivarla, es la hipocresía, que ni es nueva, ni es exclusiva de estas fechas, pero sí se hace más notoria en navidad, sobre todo en la era del permanente postureo social en los escaparates de las ‘rrss’ que tenemos al alcance de la mano. Al final no se trata más que otro periodo del año marcado por las tradiciones que la maquinaria del dinero ha conseguido engullir y vomitar con forma de abuelo barbudo canoso vestido de rojo.
Estas pasadas navidades también han sido alcanzadas por la máquina del fango, por si fuera poco, la estrategia de crispación y polarización, que tanto daño nos está haciendo como sociedad, ha llegado a los hogares en nochevieja a través de las campanadas. Daba igual lo que ocurriera, daban igual los chistes, los atuendos, los comentarios y alegatos de presentadores/humoristas/lo que sean, medio país ya había elegido equipo antes de la retrasmisión. Porque así ha sido, porque nuestra sociedad ha mordido el anzuelo y los/las bandos/bandas se indignan con las proclamas, cuidadosamente elegidas, que les jalean. La polémica del sagrado corazón, creada y secundada para crisparnos todavía más es el colmo de la necedad. Con todos los respetos a los sentimientos católicos, apostólicos y romanos hemos perdido el norte.
El humor en España siempre ha sido una vía de escape incluso en los momentos más negros de nuestra historia, este país se ha reído de su sombra haciendo chistes de todos los colores. Hay múltiples ejemplos de chistes política, militar y religiosamente incorrectos que despertaban la carcajada de todos, pero líbranos sagrado corazón de l@s ofendidit@s. No se trataba de el qué, sino del quien. Lo que no se puede consentir es el insulto y la vejación a una persona por su aspecto físico, los ataques a la cómica Lalachus, cargados de odio, solo califican a los que los profieren y deberían ofender a todas las mujeres que nunca hemos oído críticas al cuerpo de Chicote, que tampoco pertenece a los estándares de aceptación que deciden los cuatros que se forran con el mercado que hay montado entre consumir, mostrarlo, sentirnos culpables, adelgazar y vuelta a empezar.
Desgraciadamente han conseguido lo que querían, que este país se parta en dos hasta en las uvas. Vean ustedes las campanadas donde les de la real gana (discúlpenme los monárquicos), o donde menos problemas les suscite en campo de minas que suele ser una cena familiar en navidad, si el abuelo quiere ver los cachetes de la Pedroche en forma de alegato a la leche materna, al más puro estile vedette Bárbara Rey, pues que lo vea.
Afortunadamente todo ha acabado sin heridos, bueno casi, yo empecé el año en urgencias con un pequeño cristal de una copa de cava rota en un ojo, gracias a todos y todas los que velan por nuestra salud, incluso en navidad, todo quedó en un susto. Cuídense, la navidad comienza a ser peligrosa, yo salvé mi ojo de milagro, qué ironía quedarme tuerta de puro espíritu navideño. Para mí lo más santo y sagrado es la sanidad pública.