07/06/2024
 Actualizado a 07/06/2024
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Ha llegado la nueva vecina del piso de al lado. Llaman al timbre. Acabo de traer la compra y tengo las mesetas cubiertas de paquetes. Abro la puerta, una mujer con una diadema en el pelo, un vestido de vuelo de lunares y una tablet en la mano dice: No soy  una ladrona, me acabo de mudar y necesito wifi, ¿me das tu contraseña? Por la puerta entreabierta de su piso sale una bola de pelo blanco que entra en el mío como un cohete, se revuelca en la alfombra y ladra a Pequeño Zar. La mujer espera con el dedo sobre la tablet para meter la contraseña. ¿Mi contraseña? Sí, para que mi hija pueda ver los dibujos animados en la tablet. ¿Por qué no prueba a usar su móvil como módem? Dice: Móvil no, conexión demasiado lenta. Pero para ver Youtube tampoco necesita una gran conexión, explico. La mujer se acerca a mí, el chucho no para de ladrar y de entrar y salir de mi salón, entonces empieza a sonar insistentemente el timbre de su casa. Ella ni se inmuta. Están llamando al timbre, digo. No sé cómo se abre, dice. Tendrá ahí detrás el telefonillo. La mujer retrocede, veo que en el suelo de su casa hay una caca de perro, grito, ¡cuidado! Demasiado tarde, pisa la caca. Un gato persa nos mira ladeando la cabeza. La mujer le grita a la niña que limpie la caca. Digo, creo que ahí hay otra. ¡Eso no es un caca es un trozo de plástico, qué se cree! ¿Entonces no me va a dar la contraseña del wifi? A ver, no la conozco de nada, y dar la contraseña del wifi es como dar la del correo electrónico… te pueden hackear la cuenta... De repente por el pasillo aparece una mujer con una sandalia en la mano. Se me ha roto la correa, dice. Me mira, mira a la mujer del vestido de lunares: ¿qué pasa? No me quiere dar la contraseña del wifi. Le digo a la mujer del zapato roto: puede usar la de su móvil. Me parece increíble, insiste la de lunares y da un patada en el suelo y aprieta los puños. La señora del zapato roto me guiña el ojo, empuja a su amiga  dentro de su casa y cierra la puerta. Yo cierro la mía. Hemos estado más de media hora dando vueltas al tema, se me ha derretido el helado que acabo de comprar. De pronto vuelven a llamar al timbre. La vecina dice: Me has hecho llorar, me has maltratado, ¡me has llamado ladrona! La niña me mira, el perrito me mira, el gato me mira. Cruzo las manos sobre el pecho, bajo la voz: yo nunca la he llamado ladrona. ¡Pues dame la contraseña del wifi! Cierro la puerta y pienso: la que me espera.

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