Conste: para la escritura de este casi faldón semanal, desde el domingo pasado he tenido que agregar –¡cualquiera escribe sumar en estos tiempos de afrenta verbal y piel fina!– a mis tratamientos habituales una terapia urgente e intensa para mis maltrechas ensoñaciones a base de romanticismo. Si primero escribo que la Feria del Libro es como un sosegado toque a rebato, de convocación a la lectura, antes me advierte George Steiner en su ‘El silencio de los libros’ que «Tenemos tendencia a olvidar que los libros, eminentemente vulnerables, pueden ser borrados o destruidos» y, luego, mi apreciado Luis Grau, ante el término de la feria, se pregunta –y nos pregunta– si en un futuro inmediato serán las máquinas quienes escriban, si será la suya una nueva voz intachable, «¿qué quedará de tanto en poco, muy poco tiempo?».
Sin duda tienen razón los autores citados, mas yo prefiero pensar que sí, que se fue la feria pero que quedan sus sagrados objetos, los libros, a nuestra disposición en esos hospitales y centros de salud espiritual que son las bibliotecas públicas y las librerías, cuando no en el botiquín que son los estantes de los amigos o en esos dispensarios para urgencias que son las bibliotecas digitales.
Y sí, Ramiro Pinto, sí. Obvio es que no coincidimos con respecto ni a la Feria del Libro ni a los feriantes, entre los que me conté; ni, seguro, en alguna otra cosa de la gustada república literaria. Mas, como comprenderás, ni es este breve espacio (2537 caracteres, hoy) el lugar de contestar tu larga (9403 caracteres), erudita y curricular tribuna del pasado domingo, ni, en verdad, sé si contestarte. Porque si lo importante es, como dices en ella, «argumentar y poner ejemplos de lo que decimos y opinamos», bien lo pudiste pensar y tener presente antes de, a palo seco, difundir las ajenas palabras que difundiste ¿a modo de ‘entrelineado’ o camuflado libelo o de qué? ¡Ah!, y yo, nesciente, pero discreto, sí di en el artículo ‘De feriantes y puros’ las razones («el pecado, no el pecador») de mi tristeza; ya sabes: lo de pocos, pero mal avenidos. Cuestión de estilo.
En fin, a lo esencial, que se acabó la feria del libro, sí, mas los libros con sus gozos, sombras y enseñanzas contenidas para el criterio y gusto –bien conformados, bien en modelación, bien en formación continua– de cada cual, siguen esperando la caricia de nuestra mirada o tacto u oído y nuestra mejor intelección y aprendizaje de forma y manera tal que en algo humanicen nuestro diario hacer.
¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.