05/01/2025
 Actualizado a 05/01/2025
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Hay gente que se hace la mezquina para parecer menos tonta. Lo hemos visto estos días con un compañero del gremio recién despedido. El cerebro humano sigue dividiendo la humanidad entre malvados y estúpidos, de ahí que tienda a asociar sus opuestos. La cosa, no obstante, no es tan sencilla: se puede ser únicamente bobo o únicamente rastrero, igual que hay buenas personas que no son idiotas y seres extremadamente inteligentes que no incurren en la maldad.

También hay que entender lo que provocan las redes sociales en los cerebros no demasiado cualificados. De repente, alguien que en cualquier otra circunstancia estaría atendido por los servicios sociales encuentra un altavoz que congrega a otros como él. La repercusión, el aplauso, el ‘display’... Todas esas cosas que a los adultos funcionales escaman y ponen en guardia se convierten en el día a día de esta pobre peña. Entonces sí, puede que se confunda la realidad con la fantasía, que uno se crea realmente las subnormalidades que dice y que le parezcan brillantes. Que le falte nada y menos para lanzarse a predicar seguido de una turba de apóstoles.

Al final todo eso siempre acaba mal. Fatal.

Pero lo interesante en estos casos es contemplar al público que encumbró al ‘artista’. Al auditorio que le aplaudió las gracias mientras el receptor de los aplausos caminaba sonriente, saludando a la grada, hacia el foso con los cocodrilos.

Resulta pertinente recordar una escena de ‘Cowboy de medianoche’, la película de John Schlesinger, en el que el personaje de Dustin Hoffman discute con el de Jon Voight y confronta la visión que tiene éste de sí mismo con la realidad: No es el gigoló por el que suspiran todas las mujeres y que se va a hacer de oro en Nueva York vendiendo su cuerpo. «Se ríen de ti en la calle», le espeta. «Tu encanto de cowboy únicamente atrae a los maricas de la Calle 42. A los invertidos, a esos gusta tu hermoso aspecto».

Siempre hay un destello de lucidez, por muy ‘colocado’ que vayas con tu propio ego, en el que percibes que quienes te siguen son un puñado de imbéciles, todos y cada uno de ellos. Siempre hay una pequeña alarma que se dispara y que te hace dudar de tu inteligencia y de la de quienes te dan palmadas en la espalda. Una vocecita que te susurra que no eres tan listo y que únicamente acuden a tu convocatoria los tontos del pueblo. Una lucecita en el cuadro de mandos que te dice que pares. Que contemples a tus seguidores y te preguntes a dónde vas con esa tropa.

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