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Según Pedro Muñoz Seca

26/05/2024
 Actualizado a 26/05/2024
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El escritor Pedro Muñoz Seca (1879-1936) murió fusilado por el bando republicano en una de las matanzas de Paracuellos del Jarama al comienzo de la guerra civil. Humorista hasta los tobillos, se cuenta que sus últimas palabras dirigidas al pelotón de fusilamiento fueron: «Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso mi vida. Pero hay una cosa que no me podéis quitarme: ¡el miedo que tengo!».  Sin embargo, según declaró después de la guerra la persona a la que obligaron a enterrar el cadáver y que presenció su ejecución, las últimas palabras de Muñoz Seca fueron: «Ahí va el último actor de la escena, hasta morir con la sonrisa en los labios. Este es el último epílogo de mi vida». 

Su nieto materno, Alfonso Ussía, periodista y escritor, recoge en su libro ‘Coñones del reino de España’, Ediciones B.S.A, 2005. pp. 134-136 unos humoristas versos del abuelo que tienen como preámbulo lo siguiente. 

Cuenta Muñoz Seca a su madre que con muy pocos días de diferencia murieron los porteros de su casa, una venerable pareja, querida y respetada por todos los vecinos del inmueble. Fueron enterrados juntos, como vivieron durante más de cuarenta años. Uno de sus hijos le pidió a Muñoz Seca que le escribiera un epitafio para grabarlo en el sepulcro. Y don Pedro cumplió el encargo:

«Fue tan grande su bondad / tal su laboriosidad / y la virtud de los dos, / que están con seguridad  en el cielo junto a Dios».

Pero el obispo de Madrid, a cuyo conocimiento y aprobación había que someter los textos de los epitafios y leyendas de los camposantos, rechazó enérgicamente su contenido con el argumento de que Muñoz Seca no era nadie para asegurar que los porteros estaban en el cielo, y junto a Dios. No tardó don Pedro en escribir un segundo modelo: 

«Fueron muy juntos los dos / el uno del otro en pos / donde va siempre el que muere... / Pero no están junto a Dios / porque el obispo no quiere».

Indignación episcopal ante el segundo texto. Algo más conciliador que en los primeros momentos de excitación, el obispo escribe una nota manuscrita que le envía por recado urgente a don Pedro, y que entre cuchufletas dice: «Ni yo, ni ningún otro representante de la Santa Iglesia, intervenimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un  misterio inescrutable que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar». Y Muñoz Seca envía al obispado el tercer epitafio:

«Flotando sus almas van / por el éter, débilmente, / sin saber qué es lo que harán / porque desgraciadamente / ni Dios sabe dónde están».

Miles de monárquicos españoles acudieron a la boda de don Juan de Borbón en Roma, Después de la ceremonia, son recibidos en audiencia por el papa Pío XI. La audiencia es un fiasco. En un patio se hacinan los asistentes y, tras una larga espera, se abre una ventana, surge la mano fugaz y regordeta del papa, son bendecidos por su Santidad e inmediatamente después mandados a paseo. Muñoz Seca se lo cuenta a su madre en una postal:

«Vengo de tierra de Dios / tan humilde y tan cristiano, / que en mi casa, el «Wáter clos» / se llama ya el «Waticano».

En la novela de Benjamín Prado ‘Mala gente que camina’ aparece también una anécdota de Muñoz Seca. Tras leer un ataque furibundo contra una de sus comedias, el comediógrafo llamó al periódico que lo había publicado, pidió que le comunicasen con el autor del artículo y dijo: «Mire usted, en este momento tengo su crítica por delante; dentro de unos segundos la tendré por detrás».

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