El domingo se celebró el día mundial en recuerdo de las víctimas de accidentes de tráfico. Una ocasión para darles visibilidad a través de diversos actos, carreras o manifestaciones, que se aprovecharon para recaudar fondos destinados a su asistencia. Y es que a veces, por gravedad del suceso, su calvario no finaliza al salir del hospital tras sufrir ese accidente.
Se intenta concienciar acerca de las fatales consecuencias que puede acarrear cualquier descuido al volante. Aunque estos riesgos, por experiencia propia o la de personas cercanas a nosotros, los conocemos de sobra.
Se insiste en que transitar por carretera requiere atención, cero distracciones. Mantener los sentidos despejados, sin sueño ni consumo de alcohol o drogas. La teoría la sabemos todos, pero es inevitable que haya quien no la pone en práctica.
A diario suceden choques, salidas de la vía, atropellos, etc. Provocados, en gran parte, por infracciones. También por el mal estado de dichas vías o señalización deficiente de las mismas.
Nuestra seguridad debería ser prioritaria y aquí surgen dudas al respecto.
Por un lado, en cuanto a las multas que se reciben semanas o meses después de haberse saltado alguna de las normas de circulación. Además de ser, en algunos casos, totalmente desproporcionadas, ¿son efectivas para velar por esa seguridad o tienen un mero afán recaudatorio? Porque no sirven para evitar en el momento que se produzca el hecho denunciado, ese que podría desencadenar un siniestro. Se limitan a exigir un pago una vez pasado.
Y, por otro lado, ¿A dónde va a parar ese dinero que generan las sanciones?
Por ley se ha de invertir en seguridad vial. Por ejemplo, en arreglar carreteras, eliminar tramos negros o disminuir su peligrosidad. Sin embargo, a juzgar por estado de muchas de ellas, esto no se cumple.
Otro misterio cuya única explicación parece ser la existencia de un agujero negro. Y otra demostración de lo poco que importamos las personas cuando se trata de llenar carteras.