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Semana de Pasión

05/04/2023
 Actualizado a 05/04/2023
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Apenas acabados los estudios, Ramiro preparó unas oposiciones y pasó a trabajar en la Administración del Estado. Siendo el más reciente, pudo ver cómo se iban jubilando sus compañeros. Realmente lo lamentaba porque, después de aquellos años, no volvería a verlos. Eran los únicos amigos que tenía, en el ámbito del trabajo, ya que la facilidad para relacionarse no era su principal virtud.

Las mesas vacías y el silencio que inundaba aquel espacio, rezumaban melancolía. Su timidez, casi enfermiza, se agudizó y empleaba su tiempo en pasear por las afueras de la ciudad, sentarse en algún parque y ver pasar por las calles gente común. Cuánto añoraba a sus viejos amigos o alguien con quien poder compartir su vida. La sorpresa llegó con una nueva convocatoria que, para su sorpresa, llenó el negociado de mujeres, reales o aparentes, porque algunos varones de pelo en pecho, iban de féminas. La situación le rebasaba no tanto por el espectáculo, como por la marginación y el aislamiento a que lo sometieron. Las veía hacer corrillos, hablar aparte, risitas y miradas hacia él. No sabía qué podría hacerles tanta gracia… Y a la hora del café –que solía durar dos– salían sin un «hasta luego» ni nada, pero le dejaban al cargo de la oficina.

Ramirín –como le apelaban– se refugió en el trabajo y si alguna vez un espécimen de compañera se dirigía a él, era para preguntarle cómo se encabezaba tal carta, buscar un expediente o cualquier tipo de cálculo. Llevaba todo el trabajo, pero nunca recibió unas «gracias».

Acercándose la Semana Santa, las mesas se llenaron de folletos turísticos que ellas repasaban en aparente debate. A Ramiro le parecía que urdían un viaje en grupo, pero nadie le dio vela en ese entierro.

A la salida, cuando todo aquello quedó vacío, cogió un catálogo de la mesa: Hoteles fastuosos, piscinas, playas, palmeras y sobre todo mucha gente. Entonces se dijo: ¿Y por qué yo no?

Al bajar del avión se dirigió al hotel, donde una hermosa muchacha le dijo: «¡Bienvenido a la Habana!». Su sobresalto pudiera deberse a escuchar una voz agradable, en tanto tiempo, o a la belleza de aquella criatura. Subieron al hotel y sucedió lo que tenía que suceder. O como dice Brassens, el amor hizo el resto.

Por primera vez circuló la sangre por sus venas. Quedó cautivo de aquel cuerpo y la resolución de aquella mujer que lo hacía todo tan natural, tan fácil. El tiempo se detuvo y el personal del hotel empezaba a preguntarse por la cantidad de días que llevaban encerrados en la habitación. Hasta que llegó el día de partir.

En la oficina esperaban las compañeras para mortificarlo. ¿Qué tal esas vacaciones? dijeron con retintín. y él en un tono que no le conocían, respondió: ¡Semana de Pasión!

Al mes llegó Laura –que así se llamaba la moza– y emprendieron una nueva vida que no sé a dónde los llevaría.
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