Imagen Juan María García Campal

Semana Santa: una mirada laica (II)

26/03/2024
 Actualizado a 26/03/2024
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Abierta la puerta estrecha por la que acceder a la exposición de mi laica mirada, de mis laicos sentimientos, con respecto a las celebraciones procesionales que se producen en León cada Semana Santa, y aun siendo públicas y sabidas mis profesiones, me acojo a los bíblicos «no juzguéis para que Dios no os juzgue; porque Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado y os medirá con la misma medida con que hayáis medido a los demás» (Mateo 7:1-2) y «así, pues, no juzguéis antes de tiempo. Dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que se esconde en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca» (Primera carta de Pablo a los Corintios 4:5), y también, cómo no, al humano ‘No juzguéis’ de André Gide (Nobel de Literatura 1947) quien, después de su experiencia como jurado en un tribunal, escribió: «ahora sé que es muy distinto hacer justicia y ayudar a hacerla uno mismo… pude sentir con profunda angustia hasta qué punto la justicia humana es dudosa y precaria»para, sin más objeto que cumplir un personal y cívico requerimiento, hablar, escribir, de una de mis contradicciones: la reflexión que me intima a la contemplación de la mayoría de las procesiones.

Qué duda cabe que mi reflexión es una más de las muchas que concitan, a través de las variadas lecturas o experiencias que pueden darse, las procesiones de este tiempo litúrgico católico; pues, como de toda contemplación, nace de ésta su motivo y se inician en mí una serie de preguntas al simple y paulatino pasar de los pasos.

Hago voluntaria abstracción de otras muchas que se harían presentes por su propia ausencia (intereses hosteleros y hoteleros, turísticos, políticos, etc.), igual que no hablaré del fervor religioso y confesional, propio de los católicos, que conmemoren el poder salvífico de la pasión y muerte de Cristo, y que, por respeto, a ellos dejo reservado.

Pero sí puedo y quiero hacerlo sobre la aparición de cualquiera de las imágenes de Jesús de Nazaret, del Cristo sufriente, solidario, limpio, claro, inconveniente, molesto, humano que ejerce consecuente su creencia y su libertad en un medio nada fácil: entre el gran poder del Imperio Romano y el esperante pueblo judío colmado de profetas, levitas, zelotas, fariseos, saduceos, escribas y publicanos. Esa representación del hombre justo castigado y perseguido por ser fiel a sí mismo, a la que cree su obligación moral y ética, que sintió pavor y angustia, que se sintió traicionado y tanto amó, me hace reflexionar. Me llama a ello ese Cristo doliente, que apuesta por la bondad en medio del padecimiento y que me enfrenta a tanta y tanta renuncia y acomodación, a tanta inconsecuencia. Y no digo ajena, que también hablo de mi íntima conmoción.

Cómo no reflexionar, por agnóstico y laicista que sea, ante las representaciones de la vileza humana, la amistad traicionada (Judas), y, también, las humanas virtudes, el humano y solidario gesto (Verónica), el humano amor (Magdalena), el amigo fiel (Juan), la sufriente madre (Angustias o Dolorosa). Librepensador, de qué prejuicio debería ser yo esclavo para no ver en todas estas representaciones –artísticas, hermosas, conmemorativas– una glorificación del humano sentir y hacer, de nuestras comunes pasiones, de nuestros actos, de esos propios actos que son los que, en verdad, nos definen.

¡Salud!, y buen día hagamos, buen día tengamos.

 

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