Sería vergonzoso por mi parte no emplear este medio de opinión para expresar mis condolencias y apoyo a todos los afectados por la Dana, que ha hecho estragos en zonas de Andalucía, Castilla-La Mancha y Cataluña y cuyo su paso ha sido devastador y ha provocado daños inimaginables en la Comunidad Valenciana, donde se contabilizan por ahora 215 víctimas mortales en la que se ha convertido ya en el mayor desastre natural de la historia de España.
Una cifra de fallecidos desgarradora a la que se suman también decenas de desaparecidos en poblaciones valencianas que han quedado destruidas y donde familias enteras han visto cómo lo perdían todo de la noche a la mañana. Nadie está preparado para vivir una situación así y por eso nadie puede ponerse realmente en la piel de las personas que sufren este u otro tipo de catástrofes que te dejan en cuestión de minutos sin todo lo que has trabajado a lo largo de tu vida. Por mucho que pasen los días, las imágenes siguen siendo demoledoras, al igual que los miles de testimonios de personas que sacan fuerzas de donde no las hay para levantarse y creer en el futuro a pesar de la tragedia.
Quizá parte de esas fuerzas vengan de la ejemplar respuesta de toda la sociedad española, que de una forma u otra se ha solidarizado con los afectados para tratar de revertir la desolación que impera en las zonas dañadas y enterradas bajo el lodo. Quizá haya sido la única señal de esperanza que demuestra que, ante un problema de proporciones descomunales, millones de personas saben de mostrar su faceta más empática y ayudar a los que verdaderamente ahora lo necesitan.
Por el contrario, siete días después de que la Dana hiciera estragos, resulta vergonzoso comprobar que de la raíz de una tragedia puede nacer el fruto de la controversia. Que nuestra clase política no haya estado a la altura de la situación no es ya una sorpresa, porque ni está ni se le espera más allá de sus intereses partidistas. Desde hace varios días tenían en sus manos diferentes previsiones que apuntaban a posibles inundaciones en los pueblos afectados y la desidia y el hartazgo que siento hacia todos ellos, independientemente de su color, hacen que no merezcan que gaste ni una letra más en tratar de ponerles la cara colorada. Lo que realmente me da pena es la controversia que generan en la calle, que haya gente que les defiende como si les fuera la vida en ello, cuando la realidad que vemos en Valencia deja claro que no van a estar a tiempo cuando tú los necesites.
Es por eso que apoyar a los afectados pasa por donar alimentos y otros materiales, pero también por evitar dar voz a los bulos y a la desinformación, que hacen de altavoz de la controversia y minimizan la ingente solidaridad que reina en tierras levantinas. Pero remediarlo ya está en la mano de cada uno.