El periodismo debe ser incómodo para el poder para ser útil a la democracia. Y en esta España exaltada que habitamos a pesar de las trincheras ideológicas que contaminan los medios, de periodistas activistas que ensucian la profesión, de la precariedad en las redacciones, la incertidumbre en el modelo de negocio que socava la independencia y la deliberada intoxicación informativa que realizan cada día gran parte de los representantes políticos; a pesar de todo esto, los medios en España siguen cumpliendo su deber y siendo incómodos para el poder. La mejor prueba, hablar de periodismo debería ser hablar en hechos, es la estrategia de desprestigio desplegada por el Gobierno para blanquear contradicciones y vergüenzas.
Desde aquel sobreactuado retiro que se tomó el presidente para forzar los aplausos de los suyos a su gloriosa vuelta se ha consumado una campaña para silenciar a los medios a través del descrédito. Si publican fango y patrañas para qué tomarles en serio. La estrategia comenzó con el señalamiento público. Ministros en tromba (Óscar Puente marcando ataques como en los dobles de tenis) sembrando dudas sobre la profesionalidad de periodistas y medios. La segunda parte es el Plan de Regeneración. Incluye un registro para que el poder político reparta carnets de periodista fiable, cien millones en agradecimientos y una comisión «antibulos» cuando el Gobierno define bulo como cualquier información molesta que publiquen los medios que consideran de derechas, aunque al final se demuestre cierta.
Está por ver que este plan, el mayor ataque a la libertad de prensa en democracia, supere la tramitación parlamentaria pero el objetivo sanchista de sembrar la duda ya se ha logrado. La respuesta de la profesión debe ser firme y (por una vez) unánime. Defender un periodismo libre y profesional sembrando a diario la incómoda certeza. Aquella máxima del Chicago Tribune es la mejor norma de transparencia: «Si tu madre dice que lo ama, verifíquelo».