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La semilla de la escritura

18/05/2024
 Actualizado a 18/05/2024
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Apenas sabemos nada. Poca cosa. Ni de nosotros mismos ni, por supuesto, de los demás. A veces creo que sólo por eso estamos aquí, para descubrir esa poca cosa. A mí me gustan los sabores ácidos, la fruta verde, las infusiones de regaliz y jengibre, la ropa de color negro y la de lino, las astromelias, el mar y las montañas calizas, las aves limícolas, los días de frío y sol, las esquinas de los restaurantes. Quién sabe por qué. 

Hace unos días, tras una presentación en una feria del libro, una mujer me hizo esa pregunta que se les suele hacer a los escritores: ¿por qué escribes?, ¿de dónde te viene eso? Nunca sé muy bien qué responder, pero siempre respondo algo. Digo que me recuerdo leyendo y escribiendo desde pequeña, que fui mucho a la biblioteca de mi pueblo -y esto me encanta también, el recuerdo de la luz entrando por las ventanas de la biblioteca y reflejándose en las mesas de linóleo-, que uno de mis abuelos era muy fabulador y nos contaba muchas historias a mi hermana y a mí. Digo todo esto y algunas cosas más por no decir que no sé, que no tengo ni idea de cuál es la semilla que hizo crecer toda esta pasión, este desasosiego, este furor.

Hace unos días murió Alice Munro. Era una de mis escritoras favoritas. Los cuentos de Alice Munro revelaban y velaban a la vez el misterio de la vida. Cuando le dieron el Premio Nobel, y antes ya le habría pasado mil veces, también le preguntaron por qué escribía, de dónde le había venido eso. En aquella entrevista para la televisión sueca que sirvió como discurso de agradecimiento de la autora por el premio, que fue a recoger su hija, Munro también respondió algunas cosas. Entre ellas dijo que la lectura le había interesado muy pronto debido al cuento ‘La sirenita’, de Hans Christian Andersen. Que le pareció un cuento muy triste, y en cuanto terminaron de leérselo estuvo dando vueltas y vueltas alrededor de la casa de ladrillo en la que vivía hasta que le inventó un final feliz. «Me inventé un cuento distinto sólo para mí, que no recorrería el mundo, pero pensé que lo había hecho lo mejor que pude». Lo hizo, sin duda, de maravilla. Por eso seguiremos leyéndola. Siempre. 

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