Llegó septiembre, el que «o seca las fuentes o lleva los puentes», que es lo más parecido en mes a «febrerillo el loco». Los pueblos de nuestra provincia, de levante a poniente, se van quedando vacíos, como si una nube tóxica o una bomba de neutrones hubiera llevado a por delante a decenas de miles de sus visitantes. En los pueblos, a partir de ahora, solo quedamos los de siempre, los irreductibles, los que hemos logrado huir de la ciudad y de sus maldades para asilvestrarnos cual jabalíes sedientos de paz y de tranquilidad. Según una noticia de ‘La Nueva Crónica’, esta semana han perdido un 65 % de su censo estival. Es, no lo neguéis, una barbaridad con uve, como poco. A ver: veranear en el pueblo, en casa de los abuelos o de los padres, es una bicoca con la que te ahorras un dineral; y más este año, en que los sitios habituales de solaz de los leoneses (Asturias, Galicia o Cantabria), se han subido al guindo, cobrando lo mismo o más que los andaluces, los polacos o los valencianos… Por lo visto, encontrar alojamiento en Sanjenjo, en Laredo o en Lastres sólo lo puedes hacer si eres millonario o casi.
En cambio, en el pueblo de tus ancestros, el habitáculo y la jala te sale por la filosa, con lo que, por mucho que gastes en el bar, volverás a la ciudad con la faltriquera casi llena de pasta. Y si por un casual están jodido de verdad, siempre te queda la alternativa de ejercitar las «tres pes: pipas, paseo y pa casa».
Además, en el pueblo se está como dios. Dormir con una mantina en pleno agosto solo lo puedes hacer en pocas provincias española, entre las que se encuentra, ¡por supuesto!, la nuestra. Y disfrutar de un verde escandaloso, ídem de lienzo. Sin ir más lejos, en Vegas, si subes a la Quebrantada, donde la cruz, podrás ver una mancha enorme de ese color que va desde Ambasaguas hasta el Puente Villarente. Pareciera que estuvieras en la Selva Negra, pongo por caso; además, otro verano más, Dios nos ha bendecido librándonos del fuego, aunque todo llegará, sobre todo gracias a la Junta, que pasa olímpicamente de limpiar los montes. En el nuestro, por ejemplo, te puedes encontrar escobas o jaras que parecen árboles y que son, en caso de desgracia, como gasolina en un incendio.
A uno, hace años, cuándo era una especie de tonto, no le quedó más remedio que ir al mar con la familia o con su contraria. No está mal, la verdad, pero siempre pensé que era un engorro y una calamidad. El mar está bien si las playas no tuvieran tanta arena. Uno iría, encantado, si la playa fuese de cemento, porque la puta arena se te mete en sitios de tu cuerpo innombrables y no hay gitano que la logre quitar, produciéndote escoceduras en lugares, como digo, que el pudor me impide llamar por su nombre… El caso es que ya está aquí septiembre y estamos, otra vez, como en abril o en marzo: solos. Y menos mal que no ha llegado la niebla y frío, porque entonces si puede que pasen días para que te encuentres a un ser humano por la calle. Y esto sucede no sólo en Vegas, que es pequeño, sino también en Boñar, en Riaño o en Bembibre, pueblos grandes, con ínfulas, en algunos casos, de ciudad o, por lo menos, de cabecera comarcal. El verano, en los pueblos, es un espejismo que dura dos meses, lo que viene a ser algo así como lo que dura dura.
La España vaciada…; ¡cuánta literatura se ha desperdiciado para definirla y cuánta más para buscarla soluciones! Casi todos los pueblos de León pertenecen a esta categoría política que no social. Y sabes, o deberías saberlo, que al entrar la política en juego, el problema se enquista, se hace eterno y ellos nunca le encontrarán una solución adecuada, porque los políticos piensan con la cartera, no con el cerebro, y así es imposible hallar siquiera una salida digna al asunto. Los pueblos, diez meses al año, sobreviven, que bien mirado, es lo único que pueden hacer. Por eso uno se pone en plan plasta con lo de los bares, porque es, al fin y al cabo, el único lugar en el que puedes ver a tus amigos, a tus colegas y a tus vecinos un día sí y otro también. Por eso uno sigue en plan pesado para que no cierren ninguno, para que logren, los políticos, comprender que son tan importantes o más que el consultorio médico, las escuelas o las oficinas de los ayuntamientos. Si no lo hacen, que es lo que ocurre porque no les da para más la cabeza, el pueblo, cualquier pueblo, muere: no hay más tu tía. De nada sirve que en el verano Vegas esté hasta los topes de marcianos; lo molar es como logramos sobrevivir el resto del año. No hablo, ¡claro!, de cines, de teatros, de salas de exposiciones, esa es otra película para nada imprescindible. Aunque si los hubiera… Salud y anarquía.