El calor afecta a nuestro cerebro, es una evidencia científica. Las altas temperaturas repercuten en el funcionamiento normal de las neuronas, además de elevar los niveles de adrenalina y cortisol. Nos genera estrés, provoca que estemos más irritables y cansados de lo habitual.
Tal vez no haya que buscarle más explicación a muchas de las cosas que llegan a nuestros oídos, ¿o sí?
A nivel individual, aunque no es algo nuevo, nos hemos vuelto hipersensibles. En seguida nos ponemos a la defensiva ante ciertos comentarios, o situaciones, a los que hace unos años probablemente no habríamos concedido ninguna importancia.
En nuestro país siguen en plena efervescencia los conflictos a causa de la mala gestión del turismo, de su masificación y las consecuencias que acarrea. También el ambiente político se encuentra revuelto, para sorpresa de nadie, ante la próxima investidura del presidente de la Generalitat de Cataluña.
Si echamos un vistazo al exterior, continúan las guerras activas o con tendencia a la escalada. Después de tanto tiempo, por desgracia, las noticias diarias de muerte y destrucción que arrojan apenas nos impactan.
En Venezuela gobierna la incertidumbre y el caos tras las elecciones con una transparencia y unos resultados en entredicho.
Por otro lado, se celebran las competiciones de los juegos olímpicos de París. Deportistas que han llegado hasta ahí a base de entrenamientos, con disciplina y esfuerzo.
Participan con la ilusión de demostrar su valía y ser ejemplos claros de que un buen trabajo obtiene su recompensa más tarde o más temprano. Ante todo, mi admiración hacia ellos y sus merecidos triunfos.
Lo malo es que, desde su inicio, dichos juegos han estado empañados por diversas polémicas y salpicados por debates con cargas ideológicas que nada tienen que ver con el deporte y sus valores.
Aún nos queda verano para disfrutar. Eso sí, el calor y sus efectos deberían bajar su intensidad porque de mantenerse así se acabará formando una tormenta monumental.