Aviono yo que en la ruralidad nos estamos viniendo un poco arriba en los últimos tiempos; incluso malicio que se está convirtiendo en tendencia, que dicen los que viven de la vía del tren para abajo.
Y viene la cosa a cuento en lo tocante a la gobernabilidad. A la hora del vino –que es cuando se habla con sabiduría, sobre todo cuando ponen caldo de tapa, que calienta el estómago y sienta las ideas– ya escuché tres o cuatro veces –cuando se mete en el debate la cosa de lo mal que se está poniendo todo, menos el vino caliente– que siempre hay uno que asegura, con mucha convicción: «Si me dejan gobernar a mi un año esto lo arreglo yo, ostia que si lo arreglo, a mí que me dejen».
Lo malo es que nunca sabemos con quién hay que hablar para que le dejen, porque le decimos lo de hablar con los de la Junta Vecinal, que le hagan un hueco, y resulta que no le interesa, que apunta mucho más alto: «¿La Junta Vecinal? Para eso no me pongo yo el mono. Yo te hablo de mucho más alto».
¿Mucho más alto qué es? velaí, que no se sabe.
Hay quién sospecha que debe ser ya cosa de Madrid o p’allá.
Esto nos pasa por no haberlo intentado la primera vez que surgió la gurisma de tener al más adecuado para que lo arregle y dejarlo pasar. Fue cuando lo de las torres gemelas del extranjero, aquello que tenía a todo el mundo contra la pared y ante el temor generalizado surgió la propuesta del añorado pedáneo de Almuzara, el que en vez de disparar a los jabalíes los mataba con la guadaña de segar a mano.
Se hablaba de que aquello tenía mala pinta, que igual iba la cosa a mayores. Y entonces el pedáneo de Almuzara, que había escuchado en silencio desde una esquina, dio dos pasos al frente y sin levantar la voz sentenció: «Estados Unidos lo que necesita es un presidente con dos cojones», hizo después un corto silencio de los que llaman dramático y remató: «Como lo tiene Almuzara».
Si entonces le hubiéramos hecho caso ahora Trump igual estaba repartiendo pizzas con una gorra colorada.